Chapter 1:
El mago de la oscuridad
Un día como cualquier otro… eso pensé.
Mi nombre es Kan. Kan Terrar. Un estudiante común, mediocre, casi invisible. No soy el mejor en nada, pero tampoco el peor… al menos eso me repetía para no hundirme del todo.
Antes de que todo empiece, quiero contarte algunas cosas de mí. Tal vez consigas simpatizar conmigo, aunque en mi vida anterior nadie jamás lo hizo.
Aquella mañana iba rumbo a estudiar, sin ganas, arrastrando mis pies. El aula me recibió como siempre: rostros vacíos, indiferencia absoluta. Ni amistad, ni odio… solo un vacío gris. Desde niño me habían tratado como si no existiera, y aprendí a acostumbrarme a ese frío. O eso creía.
Porque había palabras, miradas, silencios… que me herían. Algo en mi interior se quebraba. Y aun así sonreía como si nada. Qué tontería. Qué patético.
Al terminar aquel día insípido, decidí no volver a casa de inmediato. No sé por qué… mis pasos me llevaron a un parque cercano. Allí estaban: una pareja discutiendo. Intenté apartarme, no quería problemas. Pero entonces la mujer, con voz envenenada, gritó:
—¡Él es mi amante!
Mi corazón se detuvo. El hombre no escuchó razones. No quiso oír mi voz. Su odio se clavó en mí como plomo ardiente. Y entonces… la detonación. El disparo. Mi sangre manchó el suelo.
Ambulancia. Gritos. Caos. Todo fue tarde. La oscuridad me abrazó.
Y, ¿sabes? No sentí miedo. La muerte siempre me intrigó. Quizás más allá hubiera un nuevo mundo… medieval, fantástico. Caballeros, dragones, magia. Una ilusión infantil. Qué ingenuo fui.
La voz llegó. Helada, burlona, hermosa y cruel.
—Bienvenido. Te estábamos esperando.
Apareció una mujer. Joven, de unos 25 años. Su cabello rojo brillaba como rubíes bañados en sangre.
—¿Es este… el paraíso? —pregunté con voz rota.
Ella suena, mostrando una belleza monstruosa.
-No. Esto es mucho peor. Explicártelo sería perder el tiempo en un humano tan patético. Has sido elegido… como conejillo de pruebas.
—¿Qué? ¡No… no puede ser! ¡Mándame al cielo, al infierno, a cualquier lugar!
—Cielo? ¿Infierno? —rió con una carcajada que me heló el alma—. Los humanos son tan ridículos… hasta lástima me da exterminarlos. Pero basta. Te enviaré a un mundo. Escuché que soñabas con lo medieval. Al menos cumpliré tu pequeño deseo… JAJAJA.
Quise gritar, pero la oscuridad me tragó.
Desperté con un hedor nauseabundo que me arrancó el aliento. Mi cuerpo temblaba. La tierra era fría, áspera. No había cielo brillante, ni ángeles. Solo desolación.
Un sobre. Una carta. El abrí con manos temblorosas:
> "Hola, joven aventurero. Quizás pienses que esto es el pasado, un mundo antiguo. No. Es algo peor. Te dejamos provisiones para una semana y una espada oxidada.
La magia… dejó de existir hace milenios. Quien intentaba usarla quemaba su propia vida en el proceso. ¿Quieres intentarlo? Hazlo, si anhelas la agonía.
Suerte, Kan. La necesitarás. Aunque dudo que alcance.”
Solté una carcajada amarga. ¿Peor que mi mundo? Talvez. Pero aquí… aquí al menos era libre.
La ciudad me recibió con desprecio. No tenía monedas. Dormí entre las calles como un perro, con el frío mordiéndome los huesos.
Al amanecer, una voz angelical me despertó. Abrí los ojos, creyendo estar en el cielo. Una mujer de belleza etérea me observaba… hasta que comprendí: sus palabras eran insultos, su tono, veneno. Me toco sin piedad.
Así era este mundo. Cruel. Podrido. Hermoso y repulsivo a la vez.
Con esperanzas rotas, me uní al gremio de aventureros. Soñaba con monstruos, dragones, gloria… pero lo que encontré fue pestilencia y cuerpos marcados por heridas. La recepcionista parecía un monstruo disfrazado, y sus palabras eran dagas:
— ¿Quieres inscribirte? Veamos cuánto dura.
Acepta mi primera misión: matar duendes. ¿Qué tan difícil podía ser? Criaturas débiles en los juegos, ¿no?
Qué error.
No eran caricaturas verdes. Eran reptiles deformes, piel escamosa, ojos desmesurados, dientes serrados y garras cubiertas de sangre. Un hedor insoportable salía de ellos.
Quise huir, pero me descubrió. El miedo paralizó mis piernas. Caí. Y entonces la muerte me sonoro de nuevo.
Hasta que apareció... ella. La mujer del cabello carmesí. Su espada danzó y los duendes cayeron despedazados. Sonrio. No con ternura… sino con un goce macabro.
—Esto es el infierno? —pensé.
Yo toqué. Me dejé medio muerto. Robó mis provisiones. Me arrancó hasta la esperanza.
Y entonces… la voz en mi cabeza susurró.
¿Quieres venganza? ¿Quieres ver su sangre?
—¡Quiero matarla! ¡Matar, matar, matar!
La diosa se carcajeó.
—Eso es lo que me gusta de los humanos. ¡Su odio! Te enseñaré la magia.
—¿No consume mi vida?
-Si. Pero ¿qué importa? Tu sufrimiento será un festín.
Acepté. Le vendí mi alma.
El poder se derramó por mis venas como ácido hirviendo. Dolor. Gritos. Desgarro. Pero entre la agonía surgió algo más: risa. Una risa que no era mía, pero que brotaba de mi garganta.
La magia no era fuego ni luz. Era podredumbre. Era muerte. Todo lo que tocaba se marchitaba, se pudría, se apagaba. Y era perfecto.
Me lancé sobre la mujer. La sujeción del cuello. Sus ojos se abrieron aterrados.
—Cállate. Eres demasiado ruidosa.
La golpeé una y otra vez. Su carne se volvió masa informe. La sangre me cubría las manos, y reí hasta que salió el sol. Mi cuerpo ardía, extenuado. Tal vez la magia drenó mi vida. No me importó.
Una nota cayó de su ropa. La leí.
> “Kan… Kan es el Mago de la Oscuridad.”
Y sonreí. Sonreí con todo mi ser. Sí, ese era yo. El mago de la oscuridad.
Ahora buscaré venganza. No por justicia. No por redención.
Por placer. Porque hacerlo sufrir será divertido.
CONTINUARÁ…
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