Chapter 1:

Un funeral soñado

Preparativos para un funeral


  Un grito ahogado salió de mi boca amordazada. Atado de manos al pilar de la cama y de pies a un gancho en el piso, solo podía retorcerme con la poca fuerza que me quedaba. Ha pasado ya una hora y treinta minutos desde que empezó todo... 
   Ian siempre fue un guía y amigo muy especial. Lo admiraba por su agudeza, a pesar de ser tímido durante clases se tomaba su tiempo para pensar y aprovechar el momento ideal para hacer preguntas concretas de la lección siempre esperaba estos momentos. Nuestro profesor de filosofía, un francés cuya juventud se fue junto a su matrimonio hace ya unas décadas, era un hombre apasionado en sus clases, y eso normalmente sería algo bueno, pero muchas veces se dejaba llevar demasiado por su pasión, y solo hacía todo más confuso de lo que ya era. Ian siempre llegaba al rescate haciéndole sutiles preguntas intencionadas para hacerlo, sin que lo notara, cabe destacar, repetir la misma explicación desde una nueva perspectiva. Sin embargo, hubo un día ligeramente distinto, cuando nos tocó enseñarnos sobre Kant. En un arrebato de auto disfrute, el profesor se tomó una hora entera hablando del contexto logocentrista que originó la Crítica de la razón pura, mientras que Ian atentamente escuchaba, no como un alumno, sino como un audaz cazador, esperando el momento en el que su pregunta tomara fuera de guardia al profesor en su verborrajia de ideas, que pese a ser interesantes, habían acumulado una incertidumbre semántica superior a la capacidad de retención de un aula de clases, y entonces habló: -¿El imperativo categórico puede ser a nivel personal un pilar de lo deseas en tu vida? ¿Pueden en sí mismo tus deseos ser imperativos categóricos? Y si es así ¿Es eso moral?- Nunca lo había visto tan fuera de su típico yo. Se notaba la genuina duda en su voz. Con el tiempo fui entendiendo por qué tanto interés en la moral de Kant.

 Él siempre fue poco sociable. Aprovechaba las horas libres para discutir con él las lecciones de la semana y compartir los exquisitos almuerzos que su madre le hacía y mis propias comidas que preparaba la noche anterior y que nada tenían que envidiarle a la amable señora. Nuestra relación era peculiar: yo era bastante sociable y extrovertido, a diferencia de él, un chico callado y aparentemente tímido a simple vista y que no solía relacionarse con mucha gente. Nuestro noviazgo siempre llamó la atención de todos, pero nunca le hice mucho caso a esto. Muchos se esforzaban por escrutar en detalles personales de Ian, debido a su personalidad apartada y su peculiar porte era foco de la insaciable curiosidad chismosa de nuestros compañeros. Su cara de rasgos hebreos y su pelo largo y negro fueron una novedad el día que entró por primera vez al humilde aula de clases en nuestra universidad. Su voz fina y delicada contrastaba con lo asertivo y contundente de su discurso que, para más inri, solía estar pensado al punto de parecer que nunca soltaba una palabra sin rumiar antes meticulosamente todo lo que eso implicaría.
  Estuvimos saliendo por unos dos años, todo empezó en una fiesta navideña organizada para despedirnos en la facultad. Él fue directo y me confesó que le gustaba de forma muy especial; aún recuerdo sus palabras, parafraseando: -Querido Med, durante el último año has compartido conmigo un buen trozo de ti, de tu tiempo, de tu mente, de tu alma, tus pasiones y deseos, tus miedos y placeres.Nuestras discusiones sobre la vida y los distintos modos de vivirla me han dado un gran regocijo en mis mejores y peores días, y, con el tiempo, he llegado a la conclusión de que mi deseo es estar el resto de mis días contigo...- No pude si no reírme avergonzado por la situación. Yo ya sabía que le gustaba, su cara lo delataba, el cómo apasionadamente me había contado sus deseos en más de una ocasión me derretía el corazón, y además, el cómo me miraba cual ave de presa siempre me enloquecía. Lo bese en el momento, antes de que pudiese decir algo más.Desde ese día hemos estado juntos en todo: las reuniones, los trabajos grupales y las cenas familiares. Estas últimas fueron un especial deleite. Su casa era bastante grande y acogedora, con un comedor enorme, y una cocina que parecía salida de las fantasías de un joven Vatel. Vivía solo con su madre, una señora amable y atenta, a pesar de ser notoriamente reservada, muy apasionada a la cocina y una declarada hedonista que siempre disfrutaba del vino y los banquetes. Nos dio en su hogar un espacio para hacerlo nuestro, y nos enseñó varias cosas, reafirmando sutilmente, siempre que podía, el cómo la vida debía ser vivida sin remordimientos: -Una vida de la que no te arrepientas, es es la única que vale ser vivida- decía siempre que podía con una gran sonrisa.
  El sexo era un mundo completamente aparte. Él siempre fue una fuerza imponente en mi y su personalidad asertiva se acentuaba hasta el punto de volverse una fuerza imponente, cuando menos lo esperaba me cogía del brazo con fuerza y me daba la vuelta como si fuese cualquier cosa, tomaba mi cintura con firmeza, sus manos eran grandes pero suaves, su agarre era enloquecedor, mientras me mantenía firme solía subir su otra mano por debajo de mi camisa hasta mi cuello, levantándola y haciéndome arquear la espalda en el mismo movimiento. Le encantaba morder mi oreja mientras empujaba su erección contra mi, eran minutos de un juego de manos y besos sobre mi ser que se extendían más allá, mi corazón latía tan fuerte que cada vez pensaba que está iba a ser definitivamente la última, que moriría ahí en una sobredosis de satisfacción, pero cuando ya estaba asomando mi conciencia a la luz divina que me llamaba al descanso eterno en un cielo de placer y lujuria, él aprovechaba el momento justo para clavar sus uñas en mi cuello y bajarme al suelo. Su pene era el cielo que prometían las escrituras, desde la primera vez que lo tuve en mi boca y cada que lo recuerdo pierdo toda capacidad para razonar por varios segundos, mientras sostenía mi cabeza apuñalaba mi garganta con su miembro, con pequeñas pausas para respirar acompañadas de una fuerte bofetada que me tiraba al piso, a la que yo sagazmente respondía -¿Por qué tan suave?- con una mirada inocente y pícara, amaba hacerlo enojar para que me diera más fuerte, en una ocasión tuvimos que inventar una historia para explicar al día siguiente en clases porque mi ojo estaba morado. Nuestra rutina solía empezar de la misma forma todas las veces, pero siempre variamos durante el proceso para no aburrirnos, en una ocasión Ian puso un vibrador en mi mientras estaba amarrado de manos y pies en la espalda sobre una mesa de masajes ligeramente modificada, fue entonces que, sacó una vara eléctrica y empezó a darme choques en las piernas mientras me susurraba atrocidades, que omitiré por placer personal, al oído. En otra ocasión con un cuchillo meticulosamente afilado, el cual me obligó a observar como afilaba hacia unos pocos minutos mientras estaba desnudo y amordazado, amarrado a una silla a su lado, empezó a hacer un dibujo en mi pecho cortando con delicadeza mi piel, el dibujo era un hexagrama unicursal, un símbolo que juramos en una cita semanas atrás representaria nuestro amor y que ahora quedaría por siempre marcado en mi, al terminar empezó a lamer la sangre que corría de mi pecho hasta mi abdomen y subió a mi boca para besarme con su lengua llena de mi sangre manchando mi cara y mis labios de un carmesí efímero.
  La semana pasada fue nuestro segundo aniversario, y ya habíamos planeado una cena especial para celebrarlo. Estuvimos varios meses haciendo los preparativos necesarios porque planeábamos algo grande, aunque su madre había fallecido ese mismo año de una enfermedad que rápidamente la consumió. Pese al cariño que se tenían, sus creencias personales no incluían el luto a la muerte, sino todo lo contrario, celebraban la vida de los difuntos y manejaban la pérdida como otra fase más; la idea de haber vivido sin ningún arrepentimiento incluía, pues, el no arrepentirse ni de haber muerto. Ian le informó antes de su muerte de nuestros planes y le aseguró que ese día le honraríamos por todo lo que hizo por nosotros. Nuestra vida no sería la misma si no fuera por ella, y ahora gracias a ella, tendríamos nuestro clímax. Tardaríamos un poco porque faltaban meses para nuestro aniversario y primero teníamos que terminar las clases para poder organizar a toda su familia. Los preparativos fueron complicados: vender la casa de su madre fue lo más difícil,pero al final acordamos con el comprador desalojar el día después de la cena para entregarla al siguiente; compramos un apartamento en un país pequeño en el norte de Europa, pues yo planeaba seguir mis estudios superiores en una universidad de la región; el proceso de admisión fue duro, pero lo logré. Los demás preparativos involucraron un contrato funerario que no fue nada barato de arreglar, pero la venta de la casa nos dejó más que suficiente dinero para terminar de cerrar el acuerdo especial. En la invitación la familia fue avisada de que Ian no participaria con nosotros para poder terminar unos asuntos importantes para la el mejor resultado de la cena.
  La noche anterior tuvimos sexo, el mejor que tuvimos alguna vez, y por primera vez variamos el nuestro inicio habitual. Un grito ahogado salió de mi boca amordazada. Atado de manos al pilar de la cama y de pies a un gancho en el piso, solo podía retorcerme con la poca fuerza que me quedaba. Había pasado ya una hora y media desde que empezó todo. Ian agotó mis fuerzas fustigando mi pecho desnudo, tomando descansos de 5 minutos en los que empezaría a intercambiar entre palabras de desprecio y aprobación. Estaba feliz y muy excitado. Podía sentir como la fusta marcaba sus caricias en mi tórax sobre heridas viejas aún punzantes. Después de dos horas de tortura, soltó mis piernas del gancho, su respiración ya empezaba a resonar en la habitación, levantó mi cara con desdén mientras me quitaba la mordaza. Mordí mis labios con excitación mientras mi cuerpo se estremecía y me escupió; solo pude lamer un poco de su saliva con placer, la vulgaridad de mi gesto lo asalvajó. Cuando puso su pene en mi boca pude sentir sus latidos en sus venas mientras de forma escalonada aceleró sus movimientos, la fuerza de sus caderas lastimaba mi garganta, pero el placer que me producía era intoxicante. Siguió hasta eyacular directo en mi boca, su semen era mi droga, agrio y de fuerte olor, quemaba ligeramente mi lengua y dejaba un regusto adorable en mi paladar. Me trague todo para mostrarle mi lengua, seca como a él le gustaba, para recibir su usual: -Sabes como hacerme feliz pequeño angelito- Amaba como me hacía sentir.Después de que mi boca fuese usada como un juguete reemplazable yo estaba apunto de estallar. Él se recostó en el suelo sin prisas, y metió mi pene en su boca, mi premio por haber aguantado como el buen chico que soy. Después de un poco de suave estímulo lo sacó y empezó a usar su lengua para estimular mi glande, por abajo, por arriba, lo lamió con cariño y mucho empeño. Mis gemidos de placentera agonía inundaban la habitación mientras él me descolocó con sus lamidas, cuando estaba por venir sostuvo mi pene desde la base mientras apretaba mis bolas con su mano izquierda; no me dejó correrme hasta meter mi pene en su boca para chuparlo con dedicación por otro par de minutos más, cuando me soltó sucumbí mis músculos en una explosión de placer, mi semen salio directo en su boca, me corrí más que nunca antes esa vez. Cuando solté la última gota se levantó con rapidez y abrió la mía apretando mis mejillas para dejar caer mi semen mezclado con su saliva en ella mientras sus ojos penetraban los míos con su expresión de total dominio, me dijo -Tragalo precioso-, sin mucho esfuerzo lo hice y me lance a su beso de recompensa, sus labios me dejaron en un trance de placer. Después de besarme apasionadamente por lo que podría jurar fueron horas de extrema ataraxia, se levantó y abrió mis piernas dejándome expuestos su deleite, con delicadeza lubrico uno de sus dedos y lo puso uno de sus dedos en mi, masajeando la zona y ayudando a dilatar, después puso 2 y luego 3, penetrando con dureza pero sin lastimarme gracias al lubricante. Después de un rato de previa, saco sus dedos e introdujo su pene en mi, usaba un condón con textura de puntos que amaba, empezó a penetrarme sin avisar, sus embestidas eran salvajes, sentía como empujaba su pene violentamente en mis interiores, estuvo así varios minutos alternando el ritmo para no venirse tan rápido, en un momento se detuvo para tomar mis dos piernas con una sola mano, y levantándome de ellas para exponer mi culo usó su otra mano para cogerme del cuello con violencia, cuidándose de presionar bien para no dejarme inconsciente, empezó a embestirme de nuevo con aún más violencia, la posición hacía que su pene llegará más profundo y chocará con mi próstata. Después de varios minutos de esto ya había eyaculado de nuevo sobre él, vi mi semen caer en mi con deseo, eyaculo dentro de mí haciéndome desear que el condón hubiese estado roto. Al terminar esto me desató, cansado, necesité su ayuda para poder volver a la cama, mis piernas temblaban como gelatina, ya acostados nos acurrucamos y besamos por horas.
  Después de habernos terminado de besar, Ian se recostó por un rato, pensativo, y después de varios minutos, habló. Recuerdo bien sus últimas palabras esa noche: "La esencia de mi vida siempre fue mi voluntad, y los subproductos de la misma son los que guiaron mi formación en lo que soy ahora. Debido a eso, mis deseos son en mi situación sólo un subproducto más de mi voluntad, y debido a que mis principios también fueron forjados por la misma, mis decisiones son, al igual que mis deseos, responsabilidad última de mi voluntad natural. Es así, pues, que puedo decir sin dudarlo que mi decisión hoy es enteramente mi voluntad." Sus palabras no se quedaron en mi por ser realmente profundas.Por lo contrario, era bastante obvio que gran parte del tiempo en el que estuvo callado lo usó para tratar de pensar en eso, pero sus nervios lo delataban, y su cara era muy adorable con esa sonrisa tonta que escondía una sosegada ansiedad renegada por una determinación que nunca se me olvidará. Yo solo asentí a su declaración a lo que él me besó, una despedida adecuada para una persona como él. Se volteó, tomó un sobre de la mesa de noche y me lo puso en la mano: -Este es mi último deseo- dijo mientras sonreía. Abrí el sobre, en él había una foto de nuestro primer aniversario y una pastilla blanca. Sonreí al ver la foto y puse la pastilla en la otra mesa de noche, la aplaste hasta pulverizarla y luego puse el polvo en una copa, cogí una botella de vino que compramos hace una semana. La abrí rompiendo el cuello con otra copa con un movimiento vertical que nos enseñó nuestro profesor de francés, un amable y carismático señor, y serví las dos copas. Le di a él la del polvo y cogí la otra, hicimos un brindis silencioso chocando ligeramente los bordes, y bebimos todo de un trago al mismo tiempo. 
  La noche del día de la cena llegó, en servicio un encantador popurrí de recetas en tres platos de estilo francés empezando con la entrée. Sus tíos estaban encantados, su hermana había logrado preparar su funeral soñado, y yo también estaba muy feliz esa noche. Había salido perfecto, y solo pude regocijarme en el placer de haber logrado nuestros deseos. Al día siguiente me fui a mi nueva residencia en Europa, un apartamento modesto, empezaría pronto mis estudios avanzados, pero aparte de eso, era mi turno de buscar a una persona que me ayude a preparar mi funeral.

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