Chapter 1:
Fantasía.exe HA DEJADO DE FUNCIONAR (Español - Spanish)
Aric siempre había sido un tramposo, pero no cualquier tramposo, sino un maestro del engaño digital. Amaba los videojuegos, pero tenía dos problemas: no tenía tiempo y su habilidad era comparable a la de un abuelito tratando de jugar un shooter con los pies. Así que, en lugar de practicar como cualquier mortal, decidió usar su talento en programación para crear trampas. Y vaya que le funcionó.
Su software de auto-apuntado, visión de rayos X, y hasta un bot que respondía insultos de manera sarcástica lo convirtieron en uno de los jugadores más temidos del juego masivo de moda: Épica Batalla del Destino Supremo 3000 (nombre provisional porque los desarrolladores no eran muy buenos con los títulos).
¿Juego justo? ¡Ja! Esa palabra no existía en su diccionario.
Su ascenso fue meteórico. Pasó de ser un manco cualquiera a estar en el top 3 mundial. Sus enemigos lo llamaban “el Demonio Invisible” y sus aliados… bueno, en realidad, no tenía aliados porque nadie soportaba su manera de jugar. Pero eso no importaba, ¡Estaba en la cima!
Hasta que llegó El PARCHE DE LA JUSTICIA.
Los desarrolladores, hartos de los lloriqueos de la comunidad, metieron una actualización que detectaba y baneaba a los tramposos. Y Aric, siendo el tramposo supremo, fue expuesto como si le hubieran bajado los pantalones en plena plaza pública.
Su caída fue estruendosa, un escándalo que sacudió los foros, redes sociales y hasta salió en las noticias. "El número 3 mundial era un tramposo". El odio colectivo que despertó fue tal que hasta su abuela le mandó un mensaje diciendo: “Qué vergüenza, hijo. Yo no te crié así”.
Y como en toda buena historia de venganza, sus víctimas no tardaron en tomar cartas en el asunto.
Esa noche, Aric regresaba de su trabajo, agotado, con la mirada vacía y el alma hecha pedazos. No por la culpa, claro, sino porque ahora tenía que jugar legalmente, lo que era el equivalente a pedirle a un pez que aprendiera a andar en bicicleta.
Pero no sabía que su pesadilla apenas comenzaba.
—¡Ahí está el bastardo! —gritó alguien desde la sombra.
Antes de que pudiera reaccionar, una turba furiosa de jugadores lo rodeó. Llevaban camisetas con nombres como "SeñorPaladin98", "DiosdelPvP" y "MamáMeDejaJugarHastaLas10".
—¡Por tu culpa perdí mi rango diamante, desgraciado! —bramó uno de ellos.
—¡Me hiciste perder un torneo donde el premio era una pizza familiar! —chilló otro, claramente el más afectado de todos.
—¡Mi esposa me dejó porque pensó que era un noob cuando en realidad me hacías trampa! —se lamentó uno más, mientras todos lo miraban con lástima, incluso Aric.
—Eh… bueno, lo de su esposa no creo que sea culpa mía— alcanzó a decir Aric antes de que llovieran los golpes.
Y así comenzó la paliza más absurda de la historia. No era una pelea callejera épica, no, era un desastre.
Uno de los tipos intentó darle una patada y se cayó solo. Otro se tropezó con su propio cordón. Uno más intentó pegarle con una laptop pero solo logró abrir la tienda de Steam por accidente y desinstalar su juego favorito.
Sin embargo, a pesar de lo caótico, la ira de los jugadores era real, y poco a poco Aric comenzó a ver destellos de luz en su visión. ¿Era el final?
—¡Toma esto, tramposo! ¡Y esto, y esto! ¡Y ESTO ES POR LAS HORAS QUE PERDÍ INTENTANDO GANARTE!
—¡¿AHORA QUIÉN TIENE EL LAG, EH, DESGRACIADO?!
—¡Y ESTO ES POR MI ABUELA, QUE TAMBIÉN JUGABA Y LA HICISTE LLORAR!
—¡Esto… es ilegal…! ¡Voy a llamar a la polic… !
—¡COMO SI NO HUBIERAS SIDO ILEGAL CON TUS TRAMPAS, INFELIZ!
Y entonces, ocurrió. El golpe definitivo.
Uno de los jugadores, en su frenesí vengativo, alzó su teclado mecánico y le dio un teclazo directo en la cabeza. Y no cualquier teclazo. Fue uno de esos teclazos legendarios que los dioses cantarían en canciones.
—Oh… vaya… —balbuceó Aric, cayendo de espalda con los ojos en blanco, mientras el "Enter" y el "Shift" volaban por los aires.
Todo se detuvo.
—¿Lo matamos? —susurró alguien.
—Nah, seguro está actuando para hacer otra trampa— dijo otro.
Pero no. Aric había muerto. No por una pelea de honor, no por un duelo con armas legendarias, sino por un teclazo de la justicia.
Su última visión fue la pantalla de una tienda de informática, con un anuncio parpadeante: "Teclado mecánico RGB en oferta: ahora con 50% más poder destructivo".
…
El primer indicio de que algo andaba mal fue la falta de dolor. Aric esperaba despertarse en un hospital, con la cara hinchada y una enfermera diciéndole que su seguro no cubría golpes con teclados mecánicos.
—¡¿Quién demonios da una paliza por un video juego?! ¡¿DÓNDE ESTÁN ESOS MALNACIDOS?! —rugió, intentando incorporarse mientras se frotaba la cara… y ahí fue cuando notó algo extraño.
El suelo ya no era el pavimento mugriento de la ciudad, sino madera pulida con una alfombra burguesa más cara que su dignidad. Las paredes eran de piedra adornada con candelabros y cuadros de gente que parecían tener palos atascados en lugares poco recomendables.
—¿Dónde carajos estoy? —murmuró, girando la cabeza lentamente.
Justo en ese instante, una campana sonó con un tono solemne y aterradoramente familiar. Era el sonido que había atormentado su infancia, el que anunciaba el fin del recreo, la sentencia de muerte del alma estudiantil.
El repique fue seguido por un estruendo: todas las puertas del pasillo se abrieron de golpe y una horda de niños vestidos con uniformes de época salió en tropel, conversando, riendo y, lo más importante, avanzando a toda velocidad.
—¡AH, JODER! —Aric sintió un escalofrío.
Era la estampida escolar.
En un acto reflejo, saltó hacia un rincón y se pegó contra la pared, esquivando por los pelos a un grupo de mocosos con libros más grandes que sus cabezas.
Observó a los pequeños demonios en miniatura y luego bajó la mirada a sus propias manos. Eran más delgadas, más pequeñas… y sin el callo del mouse en su dedo índice.
Un mal presentimiento se instaló en su pecho. Con lentitud, llevó la mano a su rostro y lo palpó.
Su piel era más tersa.
Su nariz menos prominente.
No había rastro de su gloriosa, bueno, mediocre. barba incipiente.
—No puede ser…
Sus ojos se iluminaron.
—¡Reencarné! —susurró con una mezcla de horror y emoción.
Su mente empezó a correr a toda velocidad. ¡Claro! ¡Era la clásica y legendaria historia de reencarnación! Y esto, sin duda, era un colegio. Lo que significaba…
—¡Soy un estudiante! —exclamó, conteniendo una risa histérica.
Las posibilidades lo bombardearon como una metralleta de esperanzas. Seguramente era un noble de una familia poderosa, aunque seguro tenía alguna maldición o estaba lisiado. ¡Pero eso no importaba! Porque, según las Sagradas Escrituras del Anime y las Novelas Web, los reencarnados siempre recibían un don, una habilidad ridículamente rota que hacía que todos se inclinaran ante su grandeza.
—¡Ja, ja, ja! —rio como un maníaco, imaginando su futuro brillante. Podía verlo: pasaría de ser un mediocre inválido a un genio que desafiaría el destino, obteniendo la admiración de todos, la envidia de los villanos y, por supuesto…
—¡El harem! —susurró con reverencia.
Mujeres de todas las clases y estatus caerían rendidas ante su talento. La hija del duque, la princesa tsundere, la noble de cabello plateado con un pasado trágico, la maid misteriosa y, por supuesto, la hermana con sentimientos ocultos que…
Su mente frenó de golpe.
—Mmm… —se cruzó de brazos con expresión filosófica—. ¿Debería aceptar los sentimientos prohibidos de mi hermana/prima/tía, o mantener los valores de mi mundo original?
Antes de que pudiera llegar a una conclusión moralmente cuestionable, una voz cascada y molesta interrumpió sus pensamientos.
—¡¿Qué diablos haces ahí parado, mocoso inútil?!
Aric parpadeó y levantó la vista.
Frente a él estaba un anciano encorvado, con un uniforme negro de mayordomo y un ceño fruncido tan profundo que parecía que le habían tallado la cara con cincel.
—¿Eh…? —fue lo único que alcanzó a decir antes de que el viejo chasqueara los dedos y un dolor punzante le recorriera la cabeza.
—¡Agh! ¡¿Por qué me duele?!
—Porque olvidaste dónde debes estar, pequeño estúpido. —El anciano lo miró como si fuera un insecto particularmente desagradable—. Ahora muévete antes de que te haga escribir quinientas veces “No debo actuar como un imbécil en los pasillos”.
Aric tragó saliva.
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