Domingo 17 de noviembre de 2013, Distrito Glaciar. 12:21 p. m.
En un tumulto de gente, un niño es tomado de la mano por su madre y ambos se pierden en la multitud. Pero incluso dentro del bullicio hay un objeto que llama su atención.
La única fuente de color en un mundo gris: una simple mochila del personaje Bob Esponja, su personaje favorito.
Aun siendo jalado por su madre, el niño se detuvo en seco y contempló la mochila que colgaba en el exhibidor de una tienda.
—Es… perfecta.
La madre jaló el brazo del niño, sintiendo cómo, de la nada, este se aferraba al suelo.
—¿Qué te sucede, Pedro? —preguntó con preocupación genuina.
El pequeño Pedro es un niño de aproximadamente seis años. Viste una playera verde lima algo desgastada, un short de camuflaje militar con agujeros y el bolsillo derecho destrozado. Lleva chanclas tipo Crocs color café, cubiertas de tierra.
Su cabello es lacio y alborotado, cubierto de suciedad como si, antes de salir, hubiera caído en la tierra. Sus ojos, al igual que su cabello, son negros, pero estos últimos permanecen hundidos bajo una sombra.
Una mirada penetrante, conocida como la mirada de las mil yardas. Aun así, la penumbra en sus ojos se despejó al ver esa mochila.
—¡Mamá, mira! Es una mochila de Bob Esponja —decía, apenas controlando sus ganas de correr.
La mirada de preocupación de la madre cambió por completo, transformándose en una de ternura.
Su madre es Petra Nahuirate, una mujer de 24 años. Tiene ojos negros vacíos, cuya única fuente de luz es su amado hijo. Su cabello es negro, largo, y está sostenido por una tela café en la frente. Su flequillo llega hasta la nariz y dos largos mechones caen por su rostro hasta el mentón.
Su cabello, que llega hasta la espalda, tiene un aspecto sucio y descuidado, igualmente lleno de tierra. Viste una blusa verde de manga larga, sucia, y un pantalón deportivo gris con manchas. Además, lleva huaraches negros.
Petra juntó los dedos, y con los ojos brillando por la felicidad de su hijo, accedió a ver más de cerca la mochila.
Al llegar afuera de la tienda, el pequeño Pedro estalló de alegría al ver que no solo era la mochila, sino un kit completo de útiles escolares de buena calidad.
—¡Mamá! También viene con útiles. Eso me servirá para la escuela.
Así es, el pequeño Pedro ingresaría a la escuela primaria Juan José Arreola n.º 10, en el Distrito Glaciar. Pero su madre había perdido aquel brillo que hacía poco tenía.
Sintiendo que la fuerza en sus brazos desaparecía, balbuceó:
—Dos mil quinientos pesos…
Decepcionada, la madre vio su monedero y encontró un total de 800 pesos y algo de morralla; no llegaba ni al 50 % del precio de la mochila. Pero su dolor por decepcionar a Pedro era aún mayor.
Forzando una sonrisa en el rostro, miró a su hijo con una expresión angelical y, sin pensarlo, le dijo:
—Un día de estos será tuya.
El pequeño Pedro saltó de la emoción y abrazó a su madre con tanto ímpetu que casi la derriba.
—¡Gracias, mami!
Petra, por un segundo, quedó en shock, pero correspondió el abrazo y acarició suavemente la cabeza de su hijo.
—No es nada. Lo mejor siempre será para ti. Te amo mucho, hijo.
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Parte 2: Una caguama
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Pero ¿realmente podía cumplir esa promesa?
Contando con un presupuesto de apenas 1,000 pesos al mes para gastos generales, la familia Ruíz vivía limitada a lo más esencial.
Habitaban una casa en obra negra, con acceso limitado al agua potable. Se podría considerar que algo tan esencial como la electricidad y el gas eran los pocos lujos de los que podían gozar.
¿Por qué la situación de la familia era tan precaria?
El padre de familia, Isidro Ruíz, es uno de los albañiles más solicitados en el sector de la construcción. Coloquialmente se le conoce como “el Acróbata”, debido a su especialización en construcción y mantenimiento en grandes alturas.
Es el hombre que arriesgaría su vida para instalar un vidrio, colocar un ladrillo o hacer un acabado que nadie verá. Esto también lo convierte en uno de los albañiles con mayores ingresos, que van desde los 15,000 hasta los 30,000 pesos mensuales.
¿Cómo un hombre con tan excelente ingreso vive con solo 1,000 pesos al mes? Debido a su naturaleza. Isidro es un hombre apasionado por el riesgo, adicto a las emociones fuertes y a los excesos.
Teniendo 30 años, abusó y embarazó a la madre de Pedro, casándose con ella por “responsabilidad”, mas no por amor.
Con el tiempo incursionó en grandes vicios: mujeres, drogas, bebidas y, el más peligroso, las apuestas. Su vida de excesos, a costa de la integridad de su familia, llegó a su fin cuando quedó a deber la impagable suma de 10 millones de pesos al casino de Ciudad Granizo.
Desde entonces, se ve limitado a recibir solo el 10 % de su sueldo, o sea, 3,500 pesos semanales o 10,500 al mes. Una suma nada despreciable con la que podría salir de apuros y vivir, pero, lamentablemente, uno de esos vicios jamás lo abandonó:
La bebida.
Se estima que Isidro gasta entre el 40 % y el 50 % de su sueldo únicamente en bebidas alcohólicas, para compensar el vértigo reciente que ha desarrollado.
Con el temor de que su familia lo vea como alguien débil, este hombre de 36 años impone reglas abusivas sobre ellos, como no gastar más de 1,000 pesos al mes en alimentos o no comprar ropa.
De esta manera, la ropa que visten Petra y Pedro son donaciones de la iglesia, en su mayoría de vecinos.
Siempre están llenos de suciedad porque la casa que Isidro pensaba “levantar sin ayuda” está mal construida. Sin tinaco, dependen del agua fría del suministro local, que sale congelada o revuelta.
Eso sin mencionar que viven entre bultos de tierra y arena que Isidro no permite retirar porque, según él, está “trabajando en ello”.
Pero si pudiéramos resumir su rol como figura paterna, sería sumamente fácil:
—¡Morro! Tráeme una caguama.
Parte 3: Violencia
Martes 24 de diciembre de 2013. Distrito Glaciar, colonia Terracota, calle Granito, domicilio 14. 9:50 p. m.
Aun con un presupuesto limitado, la señora Petra había puesto especial empeño en tener una cena de Nochebuena decente.
El hogar color cemento tenía un aspecto impecable, libre de suciedad o polvo. Pedro vestía ropa nueva y sin desgastar, y su madre lucía un vestido verde de una sola pieza.
—¡Wow, mamá! ¡Esta Nochebuena es la mejor de todas! —Pedro abrazó a su madre como acostumbraba.
Pero algo había cambiado. Su madre no le acarició la cabeza como de costumbre. Por el contrario, parecía adolorida.
Mirando con tristeza a su madre, Pedro preguntó:
—¿Mamá, qué pasa?
Desviando la mirada, Petra respondió:
—N-no es nada, hijito. Vamos a comer, prepárate un rico pozole.
—¡¿Pozole?! ¡Qué bien! Adoro tu pozole, mami.
Petra se enterneció. Con las manos temblando, titubeó, pero finalmente acarició la cabeza de su hijo.
—Y yo adoro que te guste, tesoro.
El momento íntimo fue interrumpido por el fuerte portazo metálico en la entrada, seguido del sonido de una botella de vidrio rompiéndose en pedazos.
—¡Vieja, ya llegué! ¿Hay más cheve? —dijo Isidro, quien se tambaleaba de un lado a otro.
Como si una señal de peligro se activara, Petra corrió a buscar cerveza en el refrigerador, pero al encontrarla se dio cuenta de algo:
Estaba caliente.
El recuerdo vino a ella de forma automática:
—No olvides guardar la caguama de tu papá en el refri.
—No, mamá, no se me olvida.
Pedro no había metido a tiempo la cerveza, dejándola al tiempo y prácticamente intocable. Temblando de miedo, Petra tomó la botella y la puso entre sus brazos.
—Isidro, aquí está, pero…
—¡¿Pero qué?! ¡Dámela ya!
—Es que… está al tiempo.
El rostro del padre se transformó en ira. En un movimiento ágil, se quitó el cinturón y arremetió contra Petra.
—¡Mendiga estúpida!
Pero antes de que pudiera golpearla, Pedro se puso frente a él. Con los brazos extendidos y los ojos cerrados, confesó:
—¡Yo no metí la caguama! ¡Fue mi culpa!
Pero lejos de funcionar, este acto de desafío hizo resoplar a Isidro.
—Pues entonces a ambos me los voy a chingar: uno por inútil y otra por criar al inútil.
En un movimiento, Isidro le dio un puñetazo con el revés de la mano a Pedro, justo en el pómulo derecho, y lo estrelló contra la pared.
—¡Isidro, no!
—¡Cállate!
Los desconsolados gritos de la mujer inundaron la vivienda. Una noche perfecta se había arruinado una vez más por aquel monstruo al que hacían llamar hombre.
Pero en mitad de la golpiza, Pedro despertó. Solo para ver a su madre desmayada, con el rostro lleno de golpes y su vestido destruido.
Como si de una bestia se tratara, entre agitadas respiraciones, Isidro volteó hacia él, mirando a su propio hijo con la furia del infierno.
—¿Crees que eres lo suficientemente hombre como para enfrentarme? ¡Mírate! Puedo golpear a tu mami frente a ti y lo único que harás es llorar.
El corazón del niño se destruyó en pedazos al escuchar aquellas palabras llenas de odio. Dentro de él aún guardaba la posibilidad de ser querido por su padre.
—Papá…
—Papá, me dan asco tus lloriqueos. Eres débil. ¡No me sirves para nada! De haber sabido que criaría a un inútil como tú, te habría abandonado.
Resoplando, Isidro estaba a punto de golpear a su hijo, pero las manos de Petra se aferraron a su tobillo.
Viendo toda la destrucción y el dolor que había provocado, Isidro simplemente le dio la espalda y salió de la casa, dando un portazo.
Detrás de él, madre e hijo lloraban de la impotencia, entre los restos de lo que debía ser su cena perfecta.
…
La oscuridad de la noche y el silencio sepulcral ocultaron la tragedia como si no hubiera existido. Los vecinos fingieron no haber escuchado, y el culpable vomitaba su cólera fuera de sí, incapaz de razonar.
Pero las víctimas, ellos siguieron ahí. Entre sollozos y disociaciones, evitaban levantar la mirada. Durmieron adoloridos y con miedo, pero descansaron aquella noche.
Al amanecer, Pedro despertó con el rostro hinchado y el cuerpo adolorido. Tenía pocas ganas de ponerse de pie, y aun así lo hizo, un paso a la vez.
Yendo a la cocina, Pedro encontró algo mágico bajo el árbol de Navidad hecho de aluminio: aquella mochila de Bob Esponja.
—¿Te gusta? El Niño Dios sabía que la querías mucho.
—Esto es…
Incapaz de detener su mente, los recuerdos vinieron a él como una marejada: su madre llegando tarde a casa, mojada y oliendo a jabón; sus palmas y pies adoloridos.
—Se lastimó las manos trabajando para conseguirme la mochila —susurró.
Entre sollozos, Pedro avanzó y se lanzó a los brazos de su madre.
—¡Mamá! —dijo, aferrándose a ella como si fuera a desaparecer.
No había tragedia, milagro ni cena que superara ese momento. La mochila era la materialización del amor maternal y su esfuerzo.
Incapaz de contener sus lágrimas, Petra abrazó a su hijo y rompió a llorar porque, finalmente, lo había conseguido.
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Parte 4 — Ironworker
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Miércoles 25 de diciembre de 2013. Distrito Glaciar, Colonia Terracota. 03:20 a.m.
El sonido del vómito contra el pavimento anticipa las penumbras de un hombre cuyos pecados sobrepasan su precario entendimiento.
Entre gemidos de incomodidad, su puño golpea una pared de ladrillos con resentimiento. El sudor recorre su frente y su caliente rostro lo desorienta. Con los ojos cerrados, las lágrimas comienzan a filtrarse por sus párpados.
—¡Malditos, malditos! ¡Débiles!
El hombre en cuestión es Isidro, quien viste una playera roja desgastada y sucia, un pantalón de mezclilla roto y unas botas de trabajo negras.
En su mano izquierda carga una caguama a medio terminar. Toma un sorbo y continúa golpeando la pared con su puño. Sus fuertes golpes sacuden la estructura y llaman la atención de quien vive dentro.
—¿¡Quién está ahí!? —preguntó un señor, machete en mano.
Esa fue la señal para que saliera corriendo, tambaleándose.
Huyendo de una paliza segura, Isidro recuerda cómo terminó todo de este modo.
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Desde morrillo disfrutaba de las emociones fuertes. Yo era el niño que hacía toda clase de retos para sus amigos: escalar árboles, nadar en lagos o cruzar un río. Me decían “el acróbata”.
Pero pronto mis amigos empezaron a ir a la escuela y dejaron de juntarse conmigo. No había nadie para ver mis acrobacias. Fue entonces cuando mi padre me enseñó el oficio de la obra.
Quería demostrarle mis habilidades, e incluso en la obra hacía cosas que nadie más se atrevía, como saltar desde un segundo piso o subir una carretilla yo solo, de un impulso.
Pero él jamás volteó a verme.
—Das vergüenza, ¿sabías?
Cuando me dijo eso, supe que nunca volvería a mirarme. Pero en la obra era especial. Era otra vez el acróbata. Mis compañeros sí me miraban, los ingenieros y arquitectos se preocupaban por mí. Me sentía importante.
Con el tiempo, ese vacío de emociones fuertes se llenó aún más, pero mi cuerpo ya estaba cansado y dolía. Por eso entré a la bebida, las drogas y aquello que me condenó: las mendigas apuestas.
Pero ese fue solo el gancho. Antes de caer por completo en ellas, me volví una leyenda. “El albañil sin miedo”, me decían. La constructora más importante de Ciudad Granizo, el grupo Iceberg, vio potencial en mí y me dio trabajo, pese a mi analfabetismo.
Me convirtieron en lo que ellos llaman un ironworker, el encargado de soldar y ayudar a colocar vigas. Pronto estaba a cientos de metros del suelo. Un paso en falso y mi vida podía terminar.
Y, sin embargo, aún seguían los aplausos, las ovaciones por mi trabajo. Me balanceaba entre las vigas como si el cielo fuera mi hogar. Esto me hizo acreedor a un generoso bono: $50,000 pesos al mes más $12,000 por mi trabajo en las alturas. Para mí, eso era una fortuna.
¿Gastarlo en mi familia? ¡Jamás! No importaba lo que hiciera por ellos, jamás tendría su mirada. Preferí gastarlo en más alcohol, perico y apuestas, hasta que, en una de esas noches locas, conocí a Petra.
Estaba hasta el culo de alcohol y recién había consumido, pero juraba que esa chica que venía de la tienda era la más hermosa que había visto. Tuvimos sexo en un callejón y, aunque ella se resistió al principio, yo sé que lo disfrutó.
Desgraciadamente, su padre logró encontrarme y me dijo que, si no me casaba con su hija, entonces me cortaría la verga. No disfruté el proceso y Petra no dejaba de llorar. Clásico de esa pendeja. Es una llorona de primer nivel, igual que su hijo.
Ahora, como cabeza de familia, Petra me pedía ser más responsable con el dinero, comprar una casa. Pero yo le dije que esas eran mamadas. Yo mismo podría construir una casa con mis propias manos.
Aunque después llegó un nuevo arquitecto a la obra. Era insoportable: “No puedes hacer esto”, “No hagas esto otro”, “Esto no es seguro”, y todavía tenía que escuchar sus pendejos comentarios todo el tiempo. “Llama la atención en las vigas pero no es capaz de leer una nómina.”
Aborrezco a los estudiados. No se ensucian, no sufren, y aun así nos tratan como basura. Por eso aborrezco que mi pendejo hijo suplicara ir a la escuela. ¿Para qué? Si yo logré todo sin abrir un libro.
Pero mis deseos por emociones fuertes jamás desaparecieron. Simplemente se fueron a otro lado: las apuestas.
¿Qué iba a saber yo sobre ese casino? Pensaba que eran idiotas por prestarme 10 millones, y terminé perdiendo todo. Ahora debo 10 millones de pesos que jamás podré pagar, y todo por mi pendeja adicción.
Era un rey hasta que llegaron ese par de llorones a arruinar mi vida. Solo saben llorar y arruinarme la existencia. Por eso no me gusta que gasten dinero que podría usar en mis chelas, pero nooo: “el niño merece vestir con dignidad”. ¡Pues acepten donaciones!
Después de despotricar, Isidro cae dormido en una banca pública, cubriéndose lentamente de nieve.
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