Jueves 16 de enero de 2014. Distrito Glaciar, colonia Gavilán, calle Rulfo. Escuela Primaria Juan José Arreola n.º 10. 6:45 a.m.
Con el sol reflejándose entre la nieve y el hielo, el gran tumulto de autos y personas anunciaba el final de las vacaciones de invierno y el regreso a clases.
Rodeada por una barda de piedra, la Escuela Primaria Juan José Arreola era una institución de aproximadamente 10 mil metros cuadrados, con ocho edificios de tres pisos, dos canchas de fútbol y basquetbol, un área de juegos y un jardín.
Eso sin contar el aula de educación física de estilo cerrado, la cooperativa con sus asientos, los baños y las instalaciones subterráneas.
Nuevamente, tenía gran inspiración en la arquitectura norteamericana, con una caldera subterránea para mantener el calor de las instalaciones en un clima tan frío. También contaba con casilleros metálicos para guardar las pertenencias de los alumnos.
Para ser una escuela pública, se veía como un titán: demasiado para ser una simple primaria.
Había dos extremos: los alumnos regulares y los de nuevo ingreso.
Por un lado, los alumnos regulares vestían el clásico suéter "oficial" color rojo, con esa molesta tela delgada e irritante que absorbía la humedad como una esponja.
Pantalones de vestir negros y cuadrados, igualmente de una tela delgada que permitía a las corrientes heladas colarse dentro.
Zapatos formales duros como piedra: imprácticos, incómodos y ruidosos. Pero bueno, al menos eran presentables.
Entre esos alumnos que regresaban a la rutina se encontraba nuestro protagonista: Kiparé. Vestía el uniforme de educación física, muy similar a su atuendo de entrenamiento.
Playera blanca de tela ligera con el logo de la escuela en el pecho. Pantalón deportivo elástico, pero con una tela delgada que mantenía caliente el cuerpo. Chamarra deportiva azul marino, como el pantalón. Y un par de guantes de tela azules.
Avanzando hacia la entrada, suspiró. El retorno a la rutina resultaba casi irreal en contraste con sus “súper” vacaciones.
—Puedo controlarlo —pensó, apretando los puños y entrando de una vez por todas.
Su salón era el 3°B, ubicado en un segundo piso. Navegando entre el tumulto de gente y saliendo de sus pensamientos, una voz le hizo recobrar el sentido.
—¡Gotitas, cuánto tiempo! —dijo el guardia de seguridad en la entrada.
Kiparé se emocionó e inmediatamente fue a abrazar a su viejo amigo.
—¡Poli! ¡Qué bueno verte de nuevo!
El nombre de este elemento de seguridad privada era Patricio Palacios. Un joven de 21 años de edad que trabajaba como guardia para financiar sus estudios en la carrera de Ingeniería Biomédica.
Patricio era un hombre caucásico que medía 1.75 m y pesaba 70 kg. Sus ojos y cabello eran de color castaño, con un estilo lacio y desorganizado en picos, y un flequillo que llegaba hasta el entrecejo. Contaba con una barba apenas en formación y su complexión era delgada, pero atlética.
Su uniforme se componía por lo siguiente:Camisa de vestir azul celeste, combinada con una corbata azul marino y cubierta por un chaleco negro. Usaba una chamarra ligera azul marino con estilo policíaco y un pantalón de vestir del mismo color. Zapatos de vestir negros y una gorra tipo policial azul.
En su fornitura llevaba un PR-24, gas pimienta, una taser y esposas.
—¿Entusiasmado por tu primer día?
—¡Claro que sí, Poli! Quiero ver a mis amigos.
—¡No se diga más! Ten un buen día, Gotitas —dijo el hombre, dándole dos palmadas en los hombros.
Kiparé partió a toda carrera, abriéndose paso entre los demás estudiantes, quienes arrastraban con pesar los brazos. Al llegar al salón 3°B, entró y vio a quienes tanto esperaba: sus mejores amigos.
—¡Cristina! ¡Brandon!
—¿Kiparé? —respondió Brandon de forma calmada.
—¡¿Kiparé?! —Por el contrario, Cristina parecía que tendría un ataque al corazón.
Cristina Cristal y Brandon Báez eran los mejores amigos de Kiparé.
Empezando por Cristina: una niña de 7 años, caucásica y de ojos azules. Su cabello dorado y sedoso caía libremente sobre su espalda, con dos largos mechones que llegaban hasta el pecho y un flequillo hasta la nariz.
En su cabello llevaba un broche con forma de flor, y vestía el uniforme oficial: playera blanca debajo de un suéter rojo, falda negra sobre la rodilla, medias blancas y calzado escolar.
El temblor en su cuerpo y el ligero rubor en su rostro delataban sus emociones por Kiparé, más allá de una simple amistad.
Brandon vestía únicamente el chaleco rojo del uniforme, con una playera blanca y pantalón de vestir negro. Sus ojos eran de color marrón y su incontrolable cabellera rizada, de color negro. Era un rasgo característico en él, como si su peinado fuera instintivamente un montón de picos.
En su muñeca derecha llevaba varios brazaletes de colores y materiales diferentes.
—Déjame adivinar… ¿te equivocaste de uniforme? —preguntó Brandon, mientras esbozaba una sonrisa y cruzaba los brazos.
Kiparé se puso incómodo, tensando su cuerpo y dando un paso hacia atrás. Pero finalmente habló:
—¿Olvidarlo? Nha… estaba sucio, así que mejor vine con este.
—S-si quieres, puedo prestarte el suéter —dijo Cristina, quitándose el suéter y liberando un agradable olor a perfume, similar al de las flores.
—No es necesario, pero te lo agradezco, Crispy —dijo Kiparé, haciendo una reverencia cómica.
—Como sea… ¿qué hicieron en las vacaciones? —Brandon subió los pies al pupitre, listo para escuchar.
—Mis padres me llevaron al Distrito Nevada a esquiar —dijo Cristina, inflando el pecho con seguridad.
—¿Uuhhh? No es por presumir, pero en vacaciones, mi equipo de fútbol “Los Esquimales” quedó campeón en la liga de invierno.
—¡Sorprendente!
—¡Woahh! —Kiparé intentaba buscar una mentira para ocultar que sus vacaciones se habían convertido en un legado de superhéroe—. Pues yo… yo visité a mi abuela, supongo.
—...
—Oh, qué divertido… ¿Y qué hicieron?
—Pues… ella me enseñó a… ¿tejer?
Cristina y Brandon se miraron mutuamente y, como buenos amigos, se partieron de la risa delante de Kiparé.
—Sip, soy malísimo para las excusas…_________
Parte 2: Nuevo ingreso
Jueves 16 de enero de 2014. Distrito Glaciar, colonia Gavilán, calle Rulfo. Escuela Primaria Juan José Arreola N.° 10. 6:50 a. m.
A las afueras de la institución estaban un ilusionado Pedro, acompañado de su madre Petra. Su uniforme, pese a tener parches y costuras, lucía impecable, al igual que su cuerpo.
Petra se había esforzado para que el primer día de clases de su hijo fuera lo más perfecto posible.
Con un beso en la frente, Petra le entregó a su hijo una lonchera con el logo del PAN y, ante su insistente hijo, dedicó unas palabras.
—Ten un excelente día, mi vida.
—¡Sí, mami! Estoy muy emocionado.
Pedro se fue sin mirar atrás, ilusionado por su primer día de clases.
Su salón era el 1A, ubicado en la parte baja de la escuela. Entró entusiasmado a un salón de clases por primera vez y lo primero que vio fueron miradas.
Sus compañeros tenían una expresión como si acabaran de ver algo grotesco.
—Iugh, ¿quién eres? —preguntó un niño de ojos azules y cabello lacio color negro.
Sin molestarse por el tono, Pedro respondió:
—Mi nombre es Pedro Ruiz, mucho gusto. —Extendió la mano hacia su compañero.
Ante la mirada de los demás, su compañero se vio en la obligación de estrechar su mano, aunque visiblemente asqueado.
—No sé qué me desagrada más: su olor a pobreza o esa molesta sonrisa. —Saliendo de sus pensamientos, respondió—: Ernesto, mucho gusto…
Uno por uno, Pedro fue a presentarse con cada compañero, aprendiendo el nombre de todos por igual. Al llegar al pupitre de una niña con aspecto impoluto, fue sorprendido.
—Mi nombre es Gabriela González. ¡Mucho gusto, Pedro!
Esto lo sorprendió. En todo el aula, ella fue la única en presentarse amablemente y estrechar su mano por iniciativa propia.
—Wow… ella huele tan bien… —Durante un instante, los ojos del pequeño Pedro se iluminaron—. ¿Quieres ser mi amiga?
Sorprendida por lo directo que era, Gabriela dudó por un segundo. El ligero rubor en su rostro delataba su respuesta.
—¡Claro! ¿Por qué no te sientas a mi lado? —dijo, haciendo espacio para que él se sentara.
—¡Genial, muchas gracias!
Pedro tomó asiento y comenzó a platicar con normalidad con Gabriela. Esto, ante la mirada penetrante de Ernesto, quien rechinaba los dientes de furia, listo para encararlo.
—Uhhh, parece que el nuevo se ligó a Gabriela antes que tú.
—¿No que “casi” era tu novia?
Decían sus amigos. Ante estas provocaciones, Ernesto no soportó más y explotó.
A paso firme se acercó a los dos nuevos amigos y, en un tono amenazante, gritó:
—¡Oye! Gabriela es mi novia, y no voy a dejar que un pobre diablo como tú se le acerque.
Antes de que Pedro pudiera decir algo, Gabriela ya se había puesto de pie y le dio una cachetada a Ernesto.
—¡No soy tu “novia”! ¡Y no vuelvas a hablarle así a Pedro!
—P-pero… ¿eliges a este mugroso antes que a mí?
—Pedro no es ningún “mugroso”. Él es amable, respetuoso y, sobre todo, amigable. Lo acabas de conocer y ya lo estás juzgando. Obviamente prefiero a cualquiera antes que a ti.
La declaración de Gabriela, más que un balde de agua fría, fue una puñalada al corazón para Ernesto, quien contuvo el llanto.
—¡Bien, da igual! Quédate con el mugroso Pietro, no me interesa. —Antes de irse, pateó la mochila de Bob Esponja de Pedro.
—¡Mi mochila! —dijo Pedro, quien se tiró al suelo para buscar alguna ruptura.
Al ver esto, Ernesto torció su gesto afligido en una sonrisa.
—¿Qué sucede, Pedro?
—Mi madre trabajó mucho para comprarme esta mochila y no quiero que su esfuerzo sea en vano.
—Tranquilo, no le pasará nada. Ernesto ya se iba, ¿verdad?
—Pff, como sea.
Regresando con sus amigos, Ernesto empezó a planear.
—Ya sé cómo vamos a darle la bienvenida a ese mugroso, ja, ja.
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Parte 3: Debilidad
Jueves 16 de enero de 2014. Distrito Glaciar, colonia Gavilán, calle Rulfo. Escuela Primaria Juan José Arreola N.° 10. 10:00 a. m.
El sonido del timbre advertía a los alumnos que era hora del recreo, haciendo que todos salieran en estampida como animales.
Saliendo de 1A, Pedro y Gabriela conversaban sobre su tema favorito: Bob Esponja.
—Yo soy el Sucio Dan.
—No, yo soy el Sucio Dan.
Entre risas, ambos amigos salieron a almorzar, dejando atrás a los resentidos amigos de Ernesto.
—Oye, ¿y qué le vas a hacer?
—Solo partirle la cara es demasiado piadoso, pero esa mochila es más para él que cualquier cosa. ¡Llevémosla de paseo! ¡Ja, ja, ja!
Entre cinco niños tomaron la mochila de Pedro y la llevaron fuera del salón.
30 minutos después
Regresando al salón de clases, Pedro y Gabriela desbordaban alegría, ignorantes de la mochila perdida.
Como si una corriente eléctrica atravesara su cuerpo, el frío lo invadió y una sensación de vacío llenó su pecho.
—Mi mochila… No está mi mochila.
Al borde de las lágrimas, Gabriela estalló en ira. Sabía exactamente quién había sido el responsable y por qué.
El responsable descansaba cómodamente en su asiento, fingiendo que nada pasaba, pero disfrutando del caos.
—¡Ernesto! ¡¿Dónde dejaste su mochila?! —señaló Gabriela.
—¿Y cómo se supone que yo...?
El fuerte puñetazo de Gabriela contra su pupitre perturbó su calma.
—¡Dije, ¿dónde está su mochila?!
—De acuerdo, puede que quizás la lleváramos a dar un paseo. Con gusto te llevaré a donde está su mochila.
—Más te vale que esa mochila esté intacta o, de lo contrario, tendrás muchos problemas.
—Bueno, bueno. Vamos, Pietro, iremos por tu querida mochila.
Pedro dudó por un instante, pero accedió a seguir a Ernesto por su mochila. Ambos salieron del salón y fueron directo al área subterránea de la escuela.
—¿Sabes? La escuela tiene estos lugares subterráneos y escalofriantes. ¿Quién pondría eso en una primaria? ¡Jajaja!
—Déjate de juegos, Ernesto. Quiero mi mochila.
Con una mirada penetrante a su espalda, Ernesto sonreía de oreja a oreja.
—Tranquilo, la tendrás muy pronto…
Al llegar a los baños, Pedro palideció ante lo que sospechaba. Y efectivamente, cuando Ernesto abrió la puerta, encontró su mochila hecha añicos.
Aquellos útiles de primera ahora eran escombros: libretas rotas y mojadas, lápices, colores y reglas destruidos. Su mochila había sido destrozada bruscamente con tijeras, jalones, entre otras cosas.
Ahora yacía en un charco de orines dentro de un baño tapado con residuos humanos.
—Mi… mi… ¡¡MI MOCHILA!!
Su desgarrador grito pudo escucharse por todo el pasillo; sin embargo, nadie prestó atención.
Antes de correr hacia su deteriorada mochila, una patada lo tumbó al suelo. Con el rostro golpeado y mojado, miró con odio a Ernesto.
—Bienvenido a Primero A, Pietro.
Acto seguido, cinco amigos de Ernesto entraron al baño, listos para darle una paliza a Pedro. Intentó defenderse, pero lo tomaron de las extremidades para que Ernesto pudiera golpearlo libremente.
—Será la última vez que te acerques a mi Gabriela, ¿entendido? —dijo, golpeando su abdomen.
—¡Ni siquiera sé de qué rayos hablas!
—Haaa…
Los cuatro niños que lo sujetaban soltaron su cuerpo para patearlo en el piso. Pedro sentía sus zapatos clavarse en su piel y ensuciar el uniforme que con tanto esfuerzo compró su madre.
¿Lo peor? Él no podía hacer nada más que llorar.
—¿Por qué? Si yo fui amable con ustedes…
Ernesto pisó su cabeza con el pie.
—Ese es tu problema, Pietro. Eres débil, pobre... es incómodo verte. La gente no sabe si tenerte pena o ¡asco!
Esas palabras rompieron el corazón del pequeño niño una vez más.
—¿Incluso ella…?
—Ay… ¿De verdad pensaste que sería tu amiga? ¡Te tiene lástima! Y, secretamente, asco.
Retirándose, Ernesto terminó por escupir a un desconsolado Pedro.
—Y pobre de ti que nos acuses, ¿eh? Ya deja de llorar, pareces un maldito bebé.
En el suelo, Pedro se arrastraba buscando su mochila con un único pensamiento en su mente:
Mi mochila... Debo repararla, le costó mucho trabajo a mamá. ¿Por qué soy así? Si yo fuera fuerte, jamás me pondrían un dedo encima. ¡Defendería a mamá! Quiero acabar con ellos. ¡Quisiera matarlos a todos!
Para Pedro no hubo salvador sorpresa, únicamente llanto y dolor. Pero ese dolor, aquel deseo, resultaba exquisito para una entidad ya conocida: el Cosmic Book.
Delante de él apareció un libro flotante que lo iluminó con una luz blanca. En aquel momento, Pedro perdió las pupilas y empezó a leer en un lenguaje extraño.
—Saccus Textilis et Metallicus Pro Itineribus Longis.
De inmediato, el cuerpo de Pedro atrajo la mochila hecha pedazos y la reparó en el aire, como si tuviera telequinesis. Pero no solo eso: su cuerpo empezó a recubrirse de metal, luego de tela y finalmente de cremalleras.
Con afiladas garras y dientes de metal, ojos amarillos y una lengua alargada, nació una bestia. Medía dos metros de alto, era de color púrpura y parecía un pseudocuadrúpedo con una cola alargada.
Su estructura era de tela y metal, robusta y cubierta por cremalleras. Lo primero que hizo la bestia fue rugir ferozmente:
—¡ZHEEEEPEEEER!
Respirando de forma agitada, la bestia rompió por completo el baño con sus pesados puños y cubrió de tela el interior.
Con saliva escurriendo de su boca, el monstruo rompió la puerta y se dirigió por instinto a su fuente más cercana de comida: el salón 1A.
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Parte 4: Explicación
Pedro adquirió el poder "Saccus Textilis et Metallicus Pro Itineribus Longis": el conocimiento absoluto de las mochilas, convirtiendo a su usuario en un ser mochila. El problema es que Pedro no era compatible con su habilidad y, por ende, su alma se corrompió, al igual que su mente.
Ahora se ha vuelto una bestia de tela carnívora con una última pizca de raciocinio, y esa era la venganza.
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