Chapter 3:

Capítulo 2: Chantaje

The beginning of the Ice Hero Vol 3| Black Parade #workverso


Lunes 9 de febrero del 2014. Ciudad Granizo, distrito Glaciar.Colonia Tulipanes, calle Clorofila. 9:50 a.m.
Las puertas del auto se abrieron con un chasquido, seguidas de un par de portazos secos. Del vehículo familiar bajaron Emiliano y sus hijos, listos para disfrutar del Desfile de la Flor Helada.
—Bien —dijo Emiliano, estirándose con energía—. Vamos a desayunar algo. ¿Qué les gustaría?
Kiparé sostenía con delicadeza la mano de su hermana Aurora, que aún medio dormida tambaleaba con los ojos entrecerrados.
—¿Qué hay para desayunar? —preguntó él, bostezando también.
Emiliano lo pensó apenas un segundo. Luego sonrió con certeza.
—¡Tamales! ¿Qué les parece, niños?
—¡Yei, tamales! —exclamaron ambos al unísono, iluminando la mañana con su entusiasmo.
Pero mientras caminaban, una pequeña inquietud se formó en la mente de Kiparé.
> “Me pregunto… ahora que soy de hielo, ¿el atole podría derretir mi cuerpo?”


Se lo guardó para sí, con una expresión seria que contrastaba con el ambiente festivo.
La familia se dirigió al puesto de tamales, sin percatarse de que estaban siendo vigilados desde lo alto…

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En el borde de un edificio cercano, una figura observaba en silencio.
—Vaya, vaya... Emilio tuvo retoños. Qué adorable —murmuró Big Bronze, con una sonrisa torcida. El reflejo de Emiliano y sus hijos se grabó en sus gafas oscuras.
—Ya saben qué hacer. ¡Vayan! —ordenó con voz firme.
El resto de la pandilla, ocultos entre sombras, obedecieron sin dudar y se dispersaron por los callejones como lobos en cacería.
Big Bronze se quedó atrás, quieto como estatua.
—Pronto nos serás muy útil, Emilio...

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Parte 2: Tamales 
El aroma cálido de masa y hojas de maíz flotaba en el aire. Los colores del festival pintaban la calle con tonos pastel y bufandas gruesas.
Aurora dio una mordida a su tamal y soltó vapor por la boca como un dragón sorprendido.
—¡Haa! ¡Caliente, caliente! —gritaba con la boca llena, moviéndose en círculos sobre su banco.
Kiparé, por su parte, tenía enfrente una de sus bebidas favoritas: atole de guayaba. Sopló el líquido humeante con cuidado y, tras dudar un instante, tomó un sorbo.
Cerró los ojos.
No sintió dolor. No se derritió.
Solo calidez.
> “Es una victoria para mi cuerpo…” pensó con alivio.


—¡Está delicioso! —anunció con una sonrisa.
Emiliano disfrutaba de un tamal verde mientras lo acompañaba con una Coca-Cola bien fría. Los tres estaban sentados en banquitos de colores, rodeados del murmullo de la ciudad.
—Así es —dijo el padre—, estos tamales vienen desde el distrito Iceberg. Por eso su sazón es incomparable.
Kiparé bajó la mirada, girando lentamente la cuchara de su atole. Su voz fue más suave esta vez:
—Gracias, papá. Necesitaba esto...
Hubo un breve silencio. Un respiro del mundo.
Emiliano lo miró de reojo y asintió con una ternura apenas visible.
—No hay de qué, hijo. ¡Disfruta del desfile!
Mordió su tamal sin más, dejando que el momento hablara por sí solo.
Pero Aurora frunció el ceño, confundida por el comentario de su hermano.
—¿Por qué lo necesitabas, hermanito? —preguntó con ojos de perrito triste.
Kiparé se puso nervioso. Desvió la mirada y trató de sonreír.
—Yo… me refiero a que no teníamos un momento en familia desde hace tiempo…
Aurora lo miró fijamente, dudando, como si pudiera leerlo. Luego suspiró y asintió.
—¡Okey! Yo también disfruto pasar el tiempo en familia.
Abrazó su tamal con ambas manos como si fuera un tesoro.
Mientras la familia comía, un hombre tomó asiento al lado de Emiliano. Por un breve instante, sus miradas se cruzaron y un escalofrío recorrió su cuerpo.
—¡Big Bronze!
Aquel hombre, con gafas oscuras, sin camisa y lleno de tatuajes, se había sentado junto a sus hijos como si nada.
Big Bronze tomó una Coca-Cola del suelo y, pese a no ser suya, bebió un sorbo.
—¡Emilio, viejo amigo! Cuánto tiempo sin verte. ¿Cómo has estado? —dijo, aún con la Coca-Cola en la mano.
Emiliano tembló. El miedo hizo que su tamal cayera al suelo. Kiparé frunció el ceño. De inmediato recordó al matón del que su padre le había hablado.
—Papá... ¿está todo bien?
Temblando, Emiliano logró fingir una sonrisa para no preocupar a su hijo.
—Todo bien, hijo. Es solo un viejo amigo… ¿Podemos hablar un momento, por allá?
—¡Seguro! Lo que sea por mi viejo amigo.
Big Bronze y Emiliano se levantaron de sus asientos y se alejaron, buscando hablar fuera del alcance de los niños.
Kiparé, mientras tanto, comía su tamal con preocupación.
—Papá… ¿estás en problemas? —pensó.

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A unos metros de distancia, la conversación se tornó más tensa.
—Escucha, Emilio. Lo dejé pasar porque venías con tus adorables niños, pero tú no eres nadie para decirme dónde chingados hablar, ¿entendido?
Big Bronze formó un puño y lo alzó como si fuera a golpear a Emiliano. Este retrocedió, asustado, pero el golpe nunca llegó.
—¡Jajaja! El mismo Emilio de siempre…
Emiliano, tembloroso, logró hablar.
—¿Qué necesitan de mí? ¡Dejé esa vida atrás!
—Tú tranquilo. Si lo haces bien, este será tu último trabajo.
—¿De qué se trata esta vez?
—Quiero que programes un misil para nosotros.
Emiliano se sobresaltó.
—¡¿Un qué?! ¡No voy a ayudarte a volar la ciudad!
Big Bronze lo tomó por la camisa y lo levantó un poco, acercándolo a su rostro.
—Bien, como tú quieras —dijo, soltándolo—. Pero tienes dos adorables hijos. Sería una pena que algo les pasara…
Al escuchar eso, Emiliano corrió hacia donde había dejado a sus hijos. Pero con horror descubrió que Aurora y Kiparé habían desaparecido.
—¡No! ¡¿Qué les hiciste?!
—Digamos que… hasta que programes ese misil, ellos serán parte de nuestra "familia". ¡Jajaja!
Las piernas de Emiliano fallaron. Cayó al suelo. Con la mirada llena de tristeza y resignación, dijo:
—Te ayudaré… ¡Pero libera a mis hijos!
Big Bronze se acercó y golpeó su frente con un dedo.
—Primero lo primero, Emilio. Después, la familia.

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Mientras tanto, Kiparé y Aurora estaban en una camioneta tipo van, rodeados por los integrantes de la Bronze Gang.
Kiparé mezclaba el miedo con la rabia. Apretaba su puño izquierdo, mientras con el brazo derecho abrazaba a su hermana Aurora, que se moría del miedo.
—¡Papá, haz algo! —pensó Ice.
Rodeado de enemigos y con su hermana junto a él, Kiparé no podía transformarse en Ice para luchar. De cierta forma, era tan vulnerable como un niño otra vez.
La escena se cierra con la camioneta perdiéndose en el horizonte.

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Pero un nuevo sonido irrumpe: el golpeteo de unas muletas.
Un pie enyesado permanece en el aire. Es Thunder Legs.
—¿Cómo se supone que corra con una sola pierna? Maldito Rooftop…
La heroína de Ciudad Granizo aún resentía las heridas causadas por su enfrentamiento con el villano Rooftop, hacía unos días.
Entonces, su celular vibró. Una notificación apareció en la pantalla:
 “Mi hermana y yo estamos secuestrados en Glaciar. Ayuda.”


Al leerlo, Thunder Legs desapareció tras un boom sónico.
Aparentemente, lo único que necesitaba… era un poco de motivación.