Chapter 2:

Capítulo 1: Cómo conocí a tu madre

The beginning of the Ice Hero Vol 3| Black Parade #workverso


Viernes 26 de mayo de 1995. Ciudad granizo, distrito glaciar. Colonia tulipanes, calle clorofila. 2:30 PM.


El recuerdo de aquella tarde se grabó en mí a fuego. La sensación del sudor recorriendo mi frente y el calor del sol en mi cabello...


Yo era apenas un joven de 15 años, el clásico nerd, diría: gafas redondas, frágiles como el cristal mismo; brackets que me hacían parecer un robot; cabello lacio y corto; acné; zapatos ortopédicos.


Incluso llevaba mi bolígrafo y mi lápiz a todos lados, en el bolsillo de mi chaleco azul.


Pero la vida tenía planes más grandes para este nerd.


Cada año se celebra en el Distrito Glaciar el Desfile de la Flor Helada, un espectáculo destinado a subir la moral de los ciudadanos.


Solía ir todos los años con mi padre y mi hermano mayor. Ver los inflables surcar los cielos me hacía soñar con alcanzar las estrellas y montar las nubes.


El aroma de la comida chatarra, el sonido de los juguetes baratos que rompería al llegar a casa, el estruendo de las bandas marchando... vienen a mí tantos hermosos recuerdos. Pero uno en específico es la razón de todo esto.


Cada año, sin falta, mi padre nos decía:


—Algún día serán los salvadores de los rotos y los derrotados, y yo seré un fantasma guiándolos en el verano, esperándolos en el desfile.


Al principio no sabía a qué se refería con eso, pero lo decía con tanta confianza, con tanta seguridad, que no podía dudar de su palabra. Simplemente era el hombre que me dio la vida dándome algo más grande que yo mismo: un legado, una inspiración.


Yo no sabía qué me deparaba el futuro, pero tenía una meta que cumplir: volverme un hombre del que mi padre pudiera estar orgulloso algún día.


Y entonces, cuando su fantasma me viera en el festival, diría: “Lo has hecho bien, hijo”.


Por eso, y aunque aquel año mi padre y mi hermano no pudieron asistir, yo estaba ahí. De pie, escuchando a mi padre y sintiendo la mano de su fantasma en mi hombro.


Parado en la misma banqueta de siempre, escuché aquellas palabras una vez más, pero algo robó mi atención.


Entre el tumulto, una figura destacaba más que el resto. No podría expresar claramente por qué, simplemente sentí que el resto de las personas desaparecían a su alrededor.


Con los ojos más grandes que una pelota de béisbol, vi a una linda chica cruzando la calle.


No era como ninguna otra chica que hubiera visto antes.


De piel morena y ojos negros, llevaba una chaqueta de cuero negra sin mangas, cubierta de estoperoles metálicos que brillaban bajo el sol como cuchillas. Debajo, una camiseta de red dejaba entrever un top oscuro que parecía absorber la luz a su alrededor. En su cuello, un choker de púas y una cadena delgada que tintineaba con cada paso.


Su cabello negro era largo, ondulado, salvaje. Cada mechón parecía tener voluntad propia, como si el viento se inclinara a su alrededor y no al revés.


Una camisa de cuadros estaba atada con descuido a su cintura, encima de unos pantalones ceñidos llenos de correas y bolsillos. Botas de combate reforzadas la hacían ver más alta, más firme, como si estuviera lista para patearle los dientes a la vida misma. En una de sus manos llevaba un puño cerrado, adornado con anillos y una muñequera de clavos. En la otra, sostenía una paleta que parecía fuera de lugar, como si la rebeldía tuviera un lado dulce y oculto.


Caminaba como si no le importara estar ahí… y, sin embargo, como si el mundo no pudiera existir sin ella.


Fue entonces que una mano me sujetó con fuerza por el cuello de la camisa. En un abrir y cerrar de ojos, estaba en manos de Bronce, el matón de mi escuela.


Debo admitir que en esos tiempos no parecía tan pandillero. Aún usaba playera, aunque sin mangas; todavía llevaba los pantalones a la altura correcta, y su cabeza estaba cubierta por un paliacate rojo.


—Tenemos un trabajo para ti, sapo —dijo. Su expresión era seria y no le tembló el pulso. Pude ver mi rostro reflejado en sus gafas oscuras.


—¿Qué quieren de mí? ¡Ya pagué mi deuda! —respondí, intentando soltarme de su agarre.


Él rió.


—¿Pagar tu deuda? No lo entiendes: eres nuestro hasta que yo lo diga. Aunque quizás un recordatorio visual te ayude a reflexionar.


Bronce cerró su puño y se preparó para golpearme.


Todo eso hasta que una voz femenina y firme lo detuvo.


—¡Hey! ¡Bájalo de inmediato!


Era la chica que había visto. Quería ser tragado por la tierra en ese momento.


No solo pensaría que soy un perdedor, sino también patético.


Bronce hizo caso y me soltó. Caí al piso, ileso aunque adolorido. Vi cómo su expresión de enojo se transformaba en una sonrisa traviesa. Confiado, se dio la vuelta.


—Hey, hey, nena. No tienes por qué defender a este perdedor. ¿Por qué no te concentras en mí?


Lo que me faltaba: mi amor a primera vista, destruido ante mis ojos. Si no lloré en ese momento, fue porque dentro de mí sabía que era imposible.


Pero ella ni siquiera se inmutó. Se plantó firme en el suelo y, mirándolo a los ojos, le dijo:


—Será mejor que te vayas de aquí, o voy a patearte el culo.


Bronce echó a reír.


—¡Jajaja! ¿Escucharon eso, muchachos? Dice que va a patearme el culo.


De entre la multitud, sus cuatro amigos salieron a hacer tumulto, tratando de intimidar.


Ella los examinó ágilmente con la mirada. De arriba abajo y de abajo arriba, contando con sus dedos mientras lo hacía.


—Puedo vencerte a ti y a tus amiguitos en solo tres minutos —dijo, con una voz firme y una mirada intensa.


La pandilla empezó a reír, completamente despreocupada.


—¡¿Crees poder con nosotros cinco al mismo tiempo?! Nena, la única forma en que hagas eso es en el se...


Bronce ni siquiera pudo terminar su insulto misógino, pues fue golpeado a puño cerrado en la nariz.


Antes de que me diera cuenta, la batalla había iniciado.


A punta de rodillazos, codazos y puñetazos, aquella hermosa chica les dio una reverenda paliza a la pandilla que tanto me había atormentado.


Cojeando y tratando de ocultar su dolor, Bronce se fue. Pero no sin antes darme una advertencia:


—Te libraste esta vez, pero no lo olvides: ¡nos perteneces!


Fue entonces que la adolorida chica me vio y sentí la presión de responder. Con el cuerpo ardiendo, lo hice:


—¡Jódete, Bronce!


Sabía que estaba más que muerto, que era el fin de mis días, y aun así, verla reír por mi comentario se sintió como una recompensa instantánea.


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Parte 2: Parque



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Viernes 26 de mayo de 1995. Ciudad Granizo, distrito Glaciar. Colonia Tulipanes, parque Tulipán. 4:00 p. m.


Recostados en el césped del jardín Tulipán, hablábamos sobre lo sucedido.


—Oye, ¿hace cuánto te molestan esos tipos? —Permanecía mirando el cielo, tapado por los árboles, con la luz del sol proyectando su sombra sobre su cuerpo.


—Desde la secundaria… Cambiarme de escuela no sirvió de nada, esos tipos me buscan —aclaré con pesar. Esa misma luz que proyectaba sombra sobre ella me iluminaba de forma incandescente. Me habría movido, pero no podía dejar de contemplarla en las sombras.


La chica suspiró con pesadez. Pese a sus heridas, parecía querer explicarme algo.


—Ellos te ven como una víctima porque no te defiendes. ¡Debes mostrar carácter! —Formó un puño al decirlo, con su mano cubierta por esos guantes llenos de sangre.


Bajé la cabeza y fingí que mis gafas estaban sucias para poder limpiarlas.


—Es que… creo que yo no tengo carácter —mi voz baja delataba la ausencia de autoestima.


Y eso me lastimaba, ¿saben? Porque veía que lentamente me alejaba del hombre que quería ser por mi padre.


Ella rió levemente; pude ver cómo se ruborizó ligeramente.


—¡Pues te veías muy rudo al decirle a ese tipo que se jodiera! Jajá.


No pude ocultar el rubor en mi rostro. No solo por la vergüenza, sino por un pensamiento que pasó por mi mente:


¿Le parecí rudo?


La chica dio un salto y se levantó del césped. Estando de pie, me extendió la mano.


—Mi nombre es Lucía Nube, y si tienes problemas con esos matones… ¡yo te defenderé!


La luz del sol la iluminaba; se veía como un ángel a mis ojos.


En ese momento tomé la mejor decisión de mi vida al estrechar su mano y sellar lo que se convertiría en una relación a largo plazo.



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Lunes 9 de febrero del 2014. Ciudad Granizo, distrito Glaciar. 9:10 a. m.


Nos transportamos al automóvil de la familia Fuentes-Nube.


—Y esa es la historia de cómo conocí a su madre. ¿Qué les pareció, niños? —dijo Emiliano.


Kiparé y Aurora (sus hijos) estaban en el asiento de atrás, pero solo Kiparé escuchaba.


—Lo siento, papá. Parece que Aurora se ha quedado dormida.


Emiliano rió un poco y volvió a poner los ojos en el camino. Acomodando el retrovisor, vio a su hijo y le dijo:


—No importa, ya le contarás tú la historia. Lo importante es que sepan por qué vamos al desfile de la Flor Helada.


—¡Sí, padre! Estoy muy emocionado por seguir esta tradición familiar.


—Ya lo veremos, hijo. Esperemos que no tengas ninguna “súper” emergencia. ¡Jajá!


Kiparé rió, sabiendo que su padre entendía su situación como superhéroe.


—Lástima que mamá no pudo venir.


—Oh, sí. Me encanta su versión de la historia, pero tu abuela necesitaba ayuda para arreglar el jardín en el estanque. Da igual: con o sin ella… ¡vamos a tener un día increíble!


—¡Sí!


Y así, Ice supo lo que era sentirse como un niño una vez más. No salvar al mundo, ni un civil a la vez; no tragedias. Solo una sana convivencia familiar.


Pero pronto, la tradición familiar estaría en grave peligro…