Chapter 1:
El Límite del Vacío
En un mundo donde el pasado no solo marca, sino que moldea irremediablemente el futuro, nueve clanes se alzan sobre las demás especies y sus reinos.
Cada uno de estos clanes, portadores de técnicas arcanas y malditas que se transmiten a través de la sangre pura. Decididos a mantener sus técnicas, se aislaron del resto del mundo. Este aislamiento no sólo fue cultura, sino necesario: la mezcla con otras razas debilitaba y creaba técnicas diferentes a las originales de estos clanes.
Sin embargo, el avance imparable de la tecnología y la globalización, muchos clanes abrieron sus fronteras, dejando atrás siglos de tradiciones y el propósito principal de su aislamiento. Dando el nacimiento de una nueva era: La Monarquía de Los Más Fuertes, o también conocida como, El Nacimiento de Los Tres Grandes.
Esta era, desató que tres clanes fueron reconocidos como los más poderosos y puros desde el período Edo hasta la actualidad. El reconocimiento como los más fuertes, fue dado a: El clan Kyojuro, el clan Ishido y el clan Ayanami.
————————Epílogo————————
En 7 de diciembre del año 2003, sucedió lo imposible: el pasado había renacido. Ese día, todas las razas lo sintieron, sintieron temor, angustia y horror. No solo las demás razas, sino también, el mismo clan Kyojuro. Por el nacimiento de aquel niño de ojos carmesí: Shiro, el segundo hijo del heredero del clan Kyojuro, Jonathan Kyojuro.
Su llegada al mundo desató un desequilibrio sin precedentes. Nuevos demonios, nuevos monstruos comenzaron a surgir, mientras que nueva sangre pura comenzó a nacer en cada rincón del mundo, como si el universo, en un pataleo de ahogado, intentará restaurar su equilibrio que la simple existencia de Shiro había arruinado.
Su nacimiento fue un evento histórico. En más de dos siglos no había surgido un niño con una sangre tan pura, casi idéntico a la del primer Kyojuro. Shiro heredero casi el 90% de las técnicas ancestrales de la época dorada del clan, y con ello, el potencial inhumano de llegar a reencarnar por completo el cuerpo perfecto del primer Kyojuro.
A medida que pasaban los años, tanto el mundo como el clan Kyojuro se comenzó a dividir. Mientras algunos lo miraban como el mesías, destinado a restaurar el antiguo imperio de los clanes, otros lo veían como una amenaza, un presagio de destrucción, y su propia sangre, como una simple arma, una herramienta para lograr sus ideales.
En función de esto, al cumplir los 5 años, por orden del jefe actual del clan Kyojuro –su propio abuelo, Hiroshi Kyojuro–, Shiro fue mandado a entrenar de manera brutal cada día.
El objetivo era claro: borrar toda la humanidad de él, y forjarlo como el arma más poderosa del clan.
——–—––Capítulo Uno–——–—–
Habían pasado una vez años desde que Hiroshi Kyojuro, jefe del clan Kyojuro, ordenó que Shiro fuera sometido a un entrenamiento brutal, acompañado de castigos inhumanos en cada error que cometía.
Aquel día, el cielo sobre el valle Kyojuro amanecía nublado, oscureciendo más la fría celda del calabozo donde Shiro dormía. Como cada mañana, su hermanita adoptiva, Luce Aurielle, se las había ingeniado para robar algo de la cocina del clan para llevárselo en secreto.
Con la sonrisa dulce y cálida de una niña inocente, dejó el pequeño cuenco a los pies de su hermano antes de hablar.
-Luce: Te traje un poco más que ayer. ¿Todavía te duele, hermanito?
Su voz resonó por todo el calabozo, con ese tono dulce e inocente, lleno de preocupación por su hermano.
Al escuchar a su hermana, Shiro entreabrió sus ojos. Para luego, intentar acercar su mano hacia ella para acariciarle la cabeza, como siempre lo hacía, pero, sus las cadenas y el dolor se lo impidieron. Aun así, con todo el cuerpo adolorido, Shiro logró esbozar una diminuta sonrisa, para no preocupar más a su hermana.
-Shiro: Gracias… Luce. Pero no te preocupes por mí… yo soy fuerte. Estaré bien dentro de poco…
Su voz salió apenas como un susurro arrastrado, cargado de agotamiento. Mental y básicamente, estaba destruida. Pero jamás lo demostraría delante de la única luz que iluminaba su oscuridad.
En ese momento, comenzó a escucharse pasos, alertando a Shiro, quien instintivamente se apoyó contra la pared para levantarse aunque sea un poco.
Shiro: Luce... vete por el camino largo. Y recuerda: nunca estuviste aquí. –Susurró con urgencia.
El tono de voz era seco, angustiado, con una frustración hirviendo por dentro. Se sintió inútil por obligarla a tomar una ruta más peligrosa.
Sin dudarlo, Luce obedeció sin más. Corrió hacia un pequeño túnel detrás de algunas piedras.
Poco después, dos guardias se detuvieron al frente de la celda de Shiro. Uno mostrando una sonrisa retorcida, debido a que su momento favorito había llegado: torturar al heredero por haber fallado en su entrenamiento. Mientras que el otro, mostraba una mirada seria, no dejándose llevar por el placer y sino solo por su deber.
El primero de ellos, se adelantó con una risita fría. Sabia muy bien que en ese estado, Shiro no era más que un niño destrozado.
Guardia N°1: Awww, Acaso el gran Mesías no puede mantenerse de pie por sí solo? Pobre de él, pobre de nuestro gran heredero, ¿no crees, Saoto?
Se burló con una voz cargada de veneno, mientras giraba el bastón entre sus dedos. A sus ojos, Shiro no era más que una basura con título.
Sin aviso, el primer guardia balanceo el bastón con fuerza, golpeando la pierna de Shiro, arrancándole un gruñido y derribándolo.
El segundo guardia, Saoto, no dijo. Observaba en silencio desde las rejas, frunciendo ligeramente el ceño por la injusticia, recostado con los brazos, esperando la orden para llevarlo a la habitación oscura.
Un lugar envuelto en sombras perpetuas, donde los que entraban no siempre regresaban… y los que lo hacían, ya no eran humanos.
El primer guardia, soltó una carcajada por la vulnerabilidad de Shiro. No quería acabarlo, quería jugar un poco más con él. Con una sonrisa torcida, alzó el bastón y comenzó a golpearlo repetidamente, cada impacto acompañado de una risa helada.
Los golpes secos y gruñidos de Shiro resonaban por las paredes húmedas del calabozo… y se colaban en el túnel oculto, hasta llegar a oídos de Luce. Al escucharlos, su corazón se detuvo por unos segundos. Y sin pensarlo, dio media vuelta y corrió de regresó.
Al llegar, la escena la paralizó: Shiro yacía en el suelo, sumido en un charco de sangre mientras el guardia al fin se detenía por intervención de Saoto.
Pero el primer guardia giró la cabeza… y notó la pequeña figura de Luce al lado del túnel. La sonrisa se le ensanchó de inmediato.
Guardia N°1: Vaya, vaya… –Murmuró con burla venenosa– miren quien tenemos aquí: ¡a la sangre sucia!
Con risas cortas y frías, comenzó a acercarse al túnel. La niña dio paso hacia atrás, soltando un pequeño grito del miedo.
Ante de que pudiera tocarla, algo se alzó detrás de él, acompañado del frío sonido pesado de las cadenas.
Shiro.
Bañado en sangre, temblando, con el rostro medio oculto bajo su propio cabello, se incorporó sobre sus piernas tambaleantes. No tenía sentido que aún pudiera moverse. En el estado tan miserable que estaba, junto a la paliza que le dio el guardia. Debería estar inconsciente… muerto, incluso.
Shiro: Aléjate… de mí hermana… –Susurró con una voz baja, rota, pero cargada de furia–. ¡Yo soy por quien viniste: El Mesías! Como antes me llamaste…
El sonido de su voz, rota pero firme, hizo parecer que todo el calabozo se detuviera por unos segundos.
Al escucharlo, el primer guardia giró hacia él con una sonrisa burlona. No le tema; Shiro apenas podía mantenerse en pie.
Guardia N°1: ¿Eh? ¿Y crees que te voy a obedecer? —espetó con arrogancia mientras lanzaba un bastonazo directo al rostro del chico—.
Pero el cuerpo de Shiro reaccionó por puro instinto. Levantó el antebrazo y bloqueó el golpe con una precisión sorprendente. En ese mismo segundo, lanzó un puñetazo directo al pecho del guardia, lo suficientemente fuerte como para hacerlo escupir el aire... y algo de sangre.
El impacto seco retumbó por todo el calabozo, viajando hasta los pasillos del clan. Aquellos que lo escucharon supieron de inmediato que algo había cambiado: Shiro empezaba a reclamar lo que le pertenecía.
Shiro: Luce... vete de aquí —susurró entre jadeos, sin apartar los ojos del enemigo—.
Aprovechando la sorpresa, tomó el bastón del guardia y lo usó como apoyo para impulsarse. Le lanzó una patada directa a la rodilla, quebrándola con un crujido espantoso. El grito del guardia llenó el aire.
Luce, aterrada, volvió a correr por el túnel oculto. Nunca había visto a su hermano así.
Durante unos segundos, lo único que se escuchaba eran los lamentos del guardia herido. Entonces, Saoto se acercó y posó una mano firme sobre el hombro de Shiro.
Saoto: Vamos. Ya sabes adónde vas.
Shiro lo miró por encima del hombro. Sus ojos estaban apagados, fríos.
Shiro: Si esta vez no me matan... su sentencia será la muerte —dijo con voz baja y helada—. reciente. Recen para que no vuelva.
Arrojó el bastón al suelo, dejando que el eco de su amenaza lo precediera mientras era escoltado por Saoto hacia la habitación oscura.
Mientras tanto, Luce emergía del túnel por la otra apertura, llegando al campo de entrenamiento. Sin saberlo, una de las mucamas la vio y corrió tras ella.
Mucama: ¡Señorita Luce! —exclamó con preocupación—. Mija, ¿qué hace aquí?
La dulce sirvienta comenzó a limpiarle un poco de lodo que tenía en la mejilla. Aunque todos veían a Luce como una sangre sucia, peor que basura, aquella mucama era la única que la trataba como lo que realmente era: una niña.
Con todas sus fuerzas, Luce se aferró a la mujer en un abrazo, mientras pequeñas lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.
Luce: Shiro… volvió a ser golpeado… lo mandaron de nuevo a ese lugar feo… —susurró entre sollozos, apretando con fuerza la falda del uniforme de la sirvienta—.
Al verla llorar, la mujer la tomó en brazos con ternura y comenzó a caminar hacia el interior del clan, mientras hablaba con suavidad:
Mucama: Tranquila, señorita Luce. El señor Shiro es fuerte… ¡el más fuerte de toda la familia Kyojuro! —dijo con dulzura, ocultando la preocupación de su voz—. Ya verás, volverá de ahí ileso… con suficiente energía para jugar con usted un día más. ¡Confíe en el señor Shiro!
La sonrisa de la mucama le devolvió a Luce un poco de esperanza. Por un momento, dejó de pensar que su hermano podría provenir de este mundo.
Sin embargo, su camino fue bloqueado por otras dos sirvientas y un guardia. Las mujeres tenían el ceño fruncido; el guardia, en cambio, se notaba agotado, como si ya estuviera harto de sus quejas.
Sirvienta N°1: ¡Guardia, guardia! ¡Esa es la ladrona! ¡Esa sangre sucia ha robado comida más de una vez! —gritó con una falsa desesperación, señalando a Luce—.
Sirvienta N°2: ¡Sí, sí, señor guardia! ¡Llévela directo ante el señor Hiroshi! ¡Que él se encargue de esta escoria!
El guardia sospechó con fastidio y caminó hacia la mucama, extendiendo la mano para tomar a Luce. Pero la sirvienta dio un paso atrás, apretando con fuerza a la niña contra su pecho.
Guardia: ¿Qué cree que está haciendo? ¿Está defendiendo a la sangre sucia? —gruñó, frustrado—. ¡Venga ya, deme a la mocosa!
Tomó a Luce por el cuello de la camisa y la arrancó bruscamente de los brazos de la mucama. Esta intenté detenerlo, pero recibió una bofetada que la tiró al suelo.
Guardia: ¡Insolente! ¡No vuelva a hacer algo así nunca más, mujer miserable! —espetó antes de marcharse hacia la sala de comunicación del clan Kyojuro, llevando a la niña a merced de la voluntad del jefe—.
Mientras tanto, las otras sirvientas se estallaban en risas, lanzando burlas frías y crueles hacia la mujer, hacia Shiro, y hacia la pequeña Luce. La sangre de la sirvienta, que hasta ahora había sido dulce y paciente, empezó a hervir de furia.
Con paso firme, casi silencioso, la mucama se encaminó hacia la habitación oscura… con un solo plan en mente: liberar a Shiro. Aunque sabía que estaba malherido, creía en él. Creía que su Mesías, aunque aún no conociera la magnitud de su poder, sería capaz de proteger a Luce.
Los guardias de la habitación oscura vieron llegar a la mucama y asumieron que solo venía a dejarle comida a Shiro.
Guardia: Ya sabe dónde dejarla, señora Miko —dijo uno de ellos con desinterés, antes de quedarse en silencio al notar que no traía ninguna bandeja—. ¿Y la comida...?
Antes de que pudiera terminar la frase, Miko le cortó el cuello con una vieja daga: el último regalo que la madre de Shiro le había confiado, con la esperanza de que algún día protegiera a sus hijos.
El otro guardia, reaccionando de inmediato, desenvainó su lanza y la balanceó con fuerza contra la mujer. Miko logró esquivar el ataque por un pelo, aunque recibió un corte en el costado del abdomen. Sin pensar en su propio bienestar, se abalanzó sobre él y comenzó a apuñalarlo repetidamente.
Con cada puñalada, la sangre salpicaba su rostro. Aquella mujer, dulce y alegre, convertida ahora en una asesina por la desesperación de proteger a los hijos de su señora. Con un último grito ahogado por el cansancio, hundió una vez más la daga en el cuerpo inerte del guardia, antes de levantarse.
Con pasos tambaleantes, se acercó a la gran puerta que sellaba la habitación oscura. Tomó la palanca y la caída. Un estruendo tenebroso acompañó la apertura de la puerta, revelando tan solo un par de ojos carmesí brillando intensamente en la penumbra.
Miko: ¿SS-señor S-Shiro...? —susurró con voz quebradiza, debilitada por la pérdida de sangre—. Señor Shiro... Su hermana está en peligro... la llevaron con el jefe...
Su voz se fue apagando mientras caía de rodillas, quedando a merced de lo que fuera aquella mirada.
Miko: Por favor... señor Shiro... proteja a su hermana... se lo ruego... mi Mesías... —susurró con su último aliento, antes de que el brillo de sus ojos se apagara para siempre.
En menos de un segundo, el silencio que reinaba fue desgarrado por una poderosa onda expansiva, nacida del interior de quien era llamado “Mesías”.
Alcanzando el Match 2 en cuestión de segundos, Shiro surcó los pasillos del clan Kyojuro, balanceando sus manos con violencia. A cada movimiento, las cabezas de su propia sangre saltaban por los aires, manchando de sangre los sagrados corredores del clan más fuerte.
Mientras tanto, en la sala de comunicación, Hiroshi Kyojuro —jefe del clan— aguardaba sin preocupación. A su lado, su secretaría permanecía igual de serena, como si todo aquello no fuese más que un juego infantil.
Secretaria: Señor Hiroshi, ¿por qué está tan seguro de que Shiro logró escapar? Después de todo, no estaba en condiciones de derribar la puerta de la habitación oscura —preguntó de manera firme, ajustándose las lentes mientras lo observaba por el rabillo del ojo.
Hiroshi soltó una risa baja mientras se reclinaba en su trono, apoyando toda su espalda.
Hiroshi: Vaya, eres una mujer muy descuidada. Por supuesto que vendrá, sin importar cuán herido, cansado o roto esté. Después de todo, tenemos algo muy preciado para él... esa sangre sucia a la que llama “hermana” —dijo con indiferencia, ladeando la cabeza hacia la izquierda para señalar a Luce, quien se hallaba desmayada y atada en una cruz.
Secretaria: ¿No cree que es exagerado condenar a una niña por robar comida solo para alimentar a su hermano moribundo? —comentó la con tono plano.
Hiroshi se encogió de hombros con total calma antes de responder:
Hiroshi: Es decisión de Shiro si la deja morir o no. Y claro, no pienso lastimar al mayor recuerdo que tengo de mi nuera.
Esa última frase hizo que la secretaria abriera los ojos con sorpresa. ¿Acaso ese monstruoso jefe tenía un ápice de humanidad? Sin embargo, se limitó a carraspear ya preguntar con cautela:
Secretaria: ¿Aun si es una sangre sucia? Si es así, Shiro también es un recuerdo de su nuera... Entonces, ¿por qué lo tortura?
El ambiente se tornó tenso de repente, una presencia intensa se acercaba, cargada de energía espiritual. Shiro estaba cerca.
Hiroshi suspir con pesadez, cruzando los brazos sobre el pecho mientras miraba fijamente la puerta.
Hiroshi: Sí, incluso si es una sangre sucia. Y para que no te quedes con la duda cuando comience la pelea, hay una gran diferencia entre Shiro y Luce. ¿Sabes cuál es? Su potencial. Torturo a Shiro porque quiero volverlo fuerte. Quiero convertirlo en un arma imparable que devuelva al clan a su época dorada. Y para lograrlo... deberás eliminar toda la mala hierba. Incluyéndome a mí.
En ese momento, las puertas de la sala salieron volando por los aires. Una energía espiritual desbordante se expandió por toda la habitación, manifestándose como llamas carmesí con bordes negros, brillando con un degradado blanco en su interior que parecía latir con vida propia.
Hiroshi soltó un nuevo suspiro mientras se levantaba lentamente del trono, murmurando con desprecio:
Hiroshi: Ah... como se nota que solo eres un niño mediocre...
En ese instante, el jefe del clan liberó su propia energía espiritual, haciendo que colisionara contra la de su nieto y comenzando a abrumarla.
Y así, con aquella lucha de presencias, dio inicio el combate entre los más fuertes del clan. Ambos se miraban a los ojos: uno con odio y furia desbordante; el otro, con despreocupación absoluta.
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