Chapter 4:
Noventa y Nueve Mil Memorias (Spanish - Español)
La conciencia regresó a Asteron en oleadas, como si el mar lo estuviera devolviendo a la orilla.
Primero, un latido profundo, lento, marco el compás de su retorno. Luego, vino un leve cosquilleo que recorrió su piel, despertando sus nervios adormecidos. Después, sintió el beso gélido del suelo contra su mejilla, mezclado con el olor a tierra y hojas podridas. Y finalmente, el peso del dolor, omnipresente, hundiéndose en cada músculo, recordándole que aún existía.
Abrió los ojos con dificultad. La oscuridad se desvaneció, pero la luz que lo recibió era inestable, como si el mundo mismo titilara entre la vigilia y el sueño. Parpadeó varias veces hasta que su visión se aclaró. Y cuando lo logró, reconoció el bosque a su alrededor.
Se encontraba tendido en el suelo, en el mismo bosque al que había llegado arrastrándose, aunque ahora todo parecía más quieto, más silencioso.
La sangre en su piel se había convertido en una costra oscura, y sus heridas, aunque aún latían con un dolor sordo, ya no amenazaban su vida.
Al incorporarse con un gemido ahogado, notó algo frío y pesado en su mano. Miró hacia abajo y reconoció el frasco de cristal, con sus intrincados grabados. El líquido ámbar en su interior se movía lentamente, aunque solo quedaba un residuo en el fondo.
—Casi se ha terminado—susurró, frunciendo el ceño mientras giraba el frasco entre sus dedos.
Se obligó a levantarse, sintiendo cómo el mundo giraba a su alrededor antes de recuperar el equilibrio. Al mirar hacia atrás, hacia el lugar donde había yacido inconsciente, notó algo inquietante: la hierba que lo rodeaba estaba marchita, carbonizada, como si una llama invisible hubiera arrasado con todo a su paso.
Con un movimiento cauteloso, recogió el tapón grabado con runas que yacía en el suelo, volviéndolo a colocar en el frasco con cuidado.
—Se ha vertido cuando perdí el conocimiento… Un completo desperdicio —masculló, maldiciendo su descuido.
Sus ojos se posaron de nuevo en la hierba marchita.
—Una sola gota de más de la alquimia Arcáne es suficiente para mandar al otro barrio a cualquier ser vivo común… Y yo, por poco, acabo como esta hierba seca. ¿Te imaginas? "Aquí yace el tonto que no supo medir la dosis"—dijo, riéndose mientras se frotaba los brazos para ahuyentar el escalofrío.
Sus ojos se posaron en algo que sobresalía entre los tallos secos, un objeto que brillaba tenuemente. Se agachó y desenterró un cuchillo de diseño intrincado, su hoja hecha de un metal oscuro parecía absorber la luz, salvo por unos destellos plateados que bailaban como estrellas fugaces.
Lo sostuvo con cuidado, sintiendo su peso y equilibrio perfectos.
Sus dedos exploraron la superficie, deteniéndose en una serie de runas grabadas cerca del filo. Eran símbolos antiguos, un idioma muerto, erradicado de la memoria del mundo.
Pero él lo conocía.
—Cuchillo del Corte Etéreo…—pronunció, procesando el significado de las palabras.
Una sonrisa sarcástica se dibujó en su rostro mientras giraba el arma, observando cómo la luz jugaba con su superficie.
—Vaya nombre pretencioso —murmuró, dirigiendo sus palabras al cuchillo—. Pero no te preocupes, ya te pondré a prueba.
Suspiró profundamente y dejó que su mirada recorriera su propio cuerpo. Lo que antes eran prendas normales y corrientes, ahora parecían sacadas de la colección de un noble excéntrico. Las costuras eran tan perfectas que parecían hechas por hadas, y la tela se ajustaba a su cuerpo como si lo hubieran medido para un traje a medida. El botiquín, que antes solo tenía curitas y pastillas caducadas, ahora parecía un arsenal alquímico, con frascos que brillaban como si contuvieran estrellas en su interior. Y aquel cuchillo barato, comprado en una oferta de dos por uno, ahora parecía una reliquia legendaria, vibrando con una energía siniestra, como si anhelara ser usado.
Sus dedos se cerraron sobre la empuñadura, y una leve risa escapó de su garganta.
—Incluso un tipo común como yo puede notarlo… ese filo hambriento, esa sed de cortar. Pero… —giró la hoja, mirándola con suspicacia—, si te blando, moriré al primer tajo. Un cuerpo corriente no puede soportar el poder de un arma Arcáne. ¿De verdad crees que voy a caer en eso? ¿Intentas tentarme para acabar con mi existencia en una gloriosa pero breve carrera como cortador de aire? ¡Ja! Pues prepárate, porque te espera una vida de pelar papas.
El cuchillo vibró con un temblor casi ofendido, como si gritara: ¡No me rebajes a eso!
Regresar al bosque con el botiquín de primeros auxilios era una jugada peligrosa, pero su intuición no lo había traicionado. La Puerta Roja no solo le había permitido cruzar a este mundo sin necesidad de invocar magia; también había transformado todo lo que traía consigo en versiones superiores, adaptadas a las reglas de este lugar.
Levantó la vista y observó el bosque que lo rodeaba. Las sombras se extendían entre los troncos retorcidos y el viento traía consigo un murmullo inquietante.
Una sonrisa fría se deslizó por sus labios.
—Cachorros ingenuos —susurró—. No tienen idea de lo que les espera.
Había logrado desvanecerse una vez, pero su regreso no pasaría desapercibido. Pronto captarían su rastro, y cuando eso ocurriera, vendrían por él sin dudarlo.
—Si fuese un Adepto, ahora estaría dando palizas… en vez de recibirlas. —Susurró con una sonrisa amarga.
Extendió la mano frente a él y sus dedos tranzaron líneas invisibles en el aire, como si intentara capturar algo que solo él podía percibir.
—El Corazón Etéreo… Debo formarlo antes de que esos cachorros me arrinconen de nuevo.
Avanzó por el bosque, sumido en sus pensamientos. El Aliento del Mundo era débil aquí, una brisa casi imperceptible en comparación con las tormentas densas de otros lugares que había conocido.
Pero aun así, era mejor que el aire muerto de su mundo.
Se detuvo al encontrar una rama caída. La recogió y, con movimientos cuidadosos, comenzó a dibujar un círculo en la tierra. Sus trazos eran seguros, cada línea hecha con la exactitud de alguien que había repetido este proceso incontables veces. Luego vinieron los símbolos, las runas talladas en la superficie de la tierra, tanto dentro como fuera del círculo, formando un patrón que parecía tener un significado antiguo.
Finalmente, Asteron se sentó en el centro del círculo, cruzando las piernas. Cerró los ojos y exhaló lentamente.
—Tengo noventa y nueve mil memorias —murmuró, con una sonrisa torcida asomando en sus labios—. Noventa y nueve mil vidas que me susurran al oído. Sería una necedad ignorarlas.
Sumergió su conciencia en el océano infinito de su mente, donde los recuerdos brillaban como estrellas en un cielo oscuro. Cada vida pasada era una corriente, cada recuerdo una ola que lo arrastraba más profundo. Separó lo inútil de lo valioso, clasificando cada fragmento de conocimiento, cada técnica, cada teoría, cada error y cada triunfo.
En ese proceso, su respiración se volvió pausada, casi meditativa, como si estuviera sintonizando con una frecuencia oculta. Cada exhalación parecía liberar algo que llevaba mucho tiempo reprimiendo.
Al abrir los ojos, su sonrisa era diferente. No era de alegría ni de triunfo, sino de curiosidad desafiante, como si hubiera encontrado un juego peligroso y decidiera jugarlo.
—Si el destino me da esta oportunidad... ¿por qué no jugar con el fuego? —Susurró, con las pupilas dilatadas por la emoción febril.
Un recuerdo emergió de las sombras de su mente, como una criatura que acecha en las profundidades. No era un simple recuerdo, sino una pesadilla grabada en su ser. Aquel ser indescriptible, aquella presencia que lo había despojado de toda humanidad con solo existir. Su cuerpo había sucumbido al temblor, su mente al vacío. Pero en medio del caos, había vislumbrado algo más: una verdad antigua, un conocimiento prohibido que solo los que han presenciado lo inconcebible pueden comprender.
—Entonces… ¿es posible? —susurró con duda—. Pero si fallo… ni mis huesos quedarán para contarlo.
Se quedó en silencio por un momento, sopesando los riesgos, la delgada línea entre la cordura y la locura, de lo que estaba a punto de hacer.
Y entonces, se echó a reír, con esa misma risa de alguien que no puede evitar acercarse a lo desconocido.
—¿Para qué pensarlo tanto? Sin la Puerta Roja, mi historia en esta vida ya habría terminado. Estos recuerdos deben significar algo. No resurgieron por capricho. Hay un propósito detrás de ellos, algo que debo hacer probablemente. Y si muero… —Se encogió de hombros con una sonrisa tranquila—. Bueno, después de noventa y nueve mil ciclos, la muerte es lo único que siempre ha sido igual.
Cerró los ojos y despejó su mente. Lo primero era sentir el Aliento del Mundo.
Para otros, esto tomaría días, semanas, incluso años de meditación. Pero para él, que había existido a lo largo de incontables vidas, era tan natural como respirar.
El Aliento del Mundo lo envolvió en cuanto abrió su percepción, una corriente sutil que se filtraba entre las grietas de la realidad. Sintió su flujo a través de la tierra, los árboles, el aire… un río etéreo que unía todas las cosas.
Ahora, debía refinarlo.
La técnica que empleaba era un vestigio de tiempos remotos, ideada para quienes no contaban con linajes ilustres ni talentos heredados. Se fundamentaba en las Leyes del Arcáne, usando su estructura como un crisol para destilar la esencia del Aliento del Mundo.
Y nadie la dominaba como él, ya que había sido su arquitecto.
La energía cruda se transformó lentamente, como si se despojara de impurezas para revelar su verdadera esencia.
Aether.
Asteron lo sintió correr por su ser, fresco y ligero, como si el aliento del universo mismo fluyera dentro de él. A su alrededor, el aire se iluminó con pequeñas partículas de luz, como luciérnagas bailando en la oscuridad.
Pero aún no era suficiente. Necesitaba el vínculo.
Invocar un fragmento de resonancia del Vínculo Arcáne era el paso final para la mayoría. La Resonancia Etérea era lo que daba forma al Aether, lo que permitía que tomara la forma de fuego, agua, rayo… Era la base de la magia de los Adeptos.
Mientras refinaba el Aliento del Mundo, una conclusión innegable tomó forma en su mente, clara y precisa.
—El conocimiento del Arcáne en mi mundo actual es superficial… —murmuró para sí mismo—. Asumen que las Resonancias Etéreas son el núcleo del Vínculo Arcáne, pero no comprenden la profundidad de su error.
Su mano se cerró en un puño, sintiendo la vibración del Aether fluyendo en su interior.
—Las Resonancias Etéreas son solo derivaciones débiles de las Esencias Primordiales, y estas, a su vez, son manifestaciones parciales del verdadero Vínculo Arcáne —frunció el ceño—. No tienen idea de la profundidad de lo que intentan dominar.
Cerró los ojos de nuevo. Durante sus noventa y nueve mil vidas, había formado su Corazón Etéreo con Resonancias Etéreas incontables veces. Había dominado sus formas, comprendido sus propiedades. Pero en esta vida…
—Si voy a ir a lo grande… —Sus labios se curvaron en una sonrisa salvaje—. No debo formar mi Corazón Etéreo con simples resonancias.
El círculo a su alrededor comenzó a brillar con una luz temblorosa.
—Lo haré con las Esencias Primordiales.
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