Chapter 6:

Capítulo 6 - La Resistencia de los Condenados

Noventa y Nueve Mil Memorias (Spanish - Español)


En el extremo más alejado de la Baronía, donde las tierras se volvieron cada vez más inhóspitas y el cielo parecía eterno y lejano, existía un pequeño pueblo llamado Trevalia.

Era una aldea modesta, un lugar apartado del resto del mundo, donde la vida de cada habitante estaba dedicada a la supervivencia, al cultivo de una tierra árida que apenas les devolvía lo suficiente para vivir.

Sin recursos valiosos ni riquezas, Trevalia dependía de la caza y la cosecha para sobrevivir, una comunidad a la deriva, aislada y olvidada.

Entre sus habitantes, Farlen había crecido sin otro destino que la vida de cazador. Provenía de una línea de hombres y mujeres que habían vivido y muerto enfrentándose a los peligros del bosque cercano, el Bosque de Cendre, un paraje común y sin magia, al menos en apariencia. Era un lugar en el que los animales salvajes no representaban un riesgo constante, pero donde el recuerdo de las desgracias persistía.

Su padre, un cazador veterano, había encontrado su final en las garras de una bestia desconocida, enredando su nombre en la historia del pueblo como un héroe, uno que salvó a sus compañeros permitiéndoles regresar vivos.

Pero para Farlen, la hazaña que otros celebraban no era más que una tragedia. Su héroe, el único que había conocido, desapareció cuando él aún era un niño.

Farlen creció con la idea de honrar la memoria de su padre, de proteger a su gente y de dar al pueblo lo que su padre había dado. Se entrenó con disciplina, con una obstinación que algunos llamaban fortaleza, aunque Farlen sabía que era el peso del vacío dejado por aquel hombre perdido.

Sin embargo, a diferencia de su hermana, Farlen carecía de talento para la arcaización. Su hermana, dotada de habilidades innatas para manipular energías, había dejado el pueblo tiempo atrás, partiendo en busca de una vida mejor, algo que en otro contexto sería motivo de orgullo.

Pero su partida, por alguna razón, pareció abrir las puertas a la desventura.

Poco después de que ella se marchara, los campos de Trevalia comenzaron a sufrir una serie de calamidades. La tierra se enfermó, los cultivos perecieron, y lo que antaño era un recurso seguro se transformó en un terreno desolado.

Los aldeanos, hambrientos, se vieron obligados a depender de la caza. Pero el Bosque de Cendre, antes tranquilo, comenzó a llenarse de presencias oscuras y bestias desconocidas. Fue como si las sombras de la tierra se hubieran extendido en todas direcciones, cobrando vidas y minando la resistencia de la aldea.

La hambruna se asentó en Trevalia, y cada hombre que partía al bosque para buscar sustento era consciente de que podría no regresar.

Farlen, junto a dos cazadores veteranos y un puñado de aldeanos sin experiencia, formaba lo que quedaba del grupo de cazadores del pueblo. No era un grupo formidable, sino una última esperanza desesperada de una aldea moribunda.

Cuando en su última expedición encontró rastros frescos de una horda de bestias, comprendió que el destino de Trevalia estaba echado. No había escapatoria.

El pueblo, agotado y debilitado, se movilizó, empleando los últimos vestigios de energía en talar los árboles más gruesos y levantar una muralla de troncos alrededor de la aldea. Niños, ancianos, hombres y mujeres trabajaron juntos, cada uno con sus propias plegarias en los labios, esperando que los dioses tuvieran piedad de ellos.

Pero las plegarias de Trevalia no fueron escuchadas.

Farlen, desde la improvisada plataforma de vigilancia, observó la horda abalanzarse contra la muralla con una ferocidad que parecía arrancada de las pesadillas de los ancestros.

—¡A sus posiciones! —gritó, con voz cortante como el filo de una daga.

El sudor le corría por la frente, pero mantenía la cabeza fría. La muralla era su única ventaja, su última línea de defensa. Los cazadores y aldeanos, armados con lanzas mal talladas, arcos de madera reseca y cuchillos herrumbrosos, formaron filas dispersas.

Farlen sabía que la clave era contenerlos el mayor tiempo posible. Si lograban que las bestias se enredaran en los muros, tal vez podrían abatir a una o dos antes de que la inevitable caída llegara.

—¡Cebos en las bases! ¡Tengan las flechas listas para disparar a los ojos! ¡No pierdan el tiempo con sus cuerpos! —ordenó, señalando a un grupo de jóvenes que comenzaba a arrastrar carne cruda y huesos hacia los pies de la muralla, un intento desesperado por distraer a las criaturas.

Cuando la primera bestia llegó al muro, el impacto fue brutal. Su cuerpo musculoso y oscuro, cubierto de una piel gruesa y extraña, chocó contra los troncos como un martillo contra el metal. Las garras afiladas comenzaron a desgarrar la madera mientras un rugido infernal llenaba el aire.

—¡Disparen! ¡Apunten al rostro! —Farlen alzó su propio arco y soltó una flecha.

El proyectil encontró su objetivo, clavándose en el ojo izquierdo de la bestia. La criatura soltó un aullido espeluznante y retrocedió unos pasos.

—¡Sí! ¡Así se hace! —gritó uno de los aldeanos, pero su celebración fue breve. La bestia, ciega de un ojo, se lanzó contra los muros con más furia aún, arrancando astillas y desgajando troncos.

"Esto no es suficiente." El pensamiento cruzó la mente de Farlen.

Otras bestias se unieron al ataque.

Algunas comenzaron a trepar por los troncos y sus garras perforaron la madera como si fuera arcilla húmeda. Los aldeanos intentaban derribarlas con lanzas, pero la mayoría no tenía la fuerza ni la precisión para atravesar la gruesa piel de las criaturas.

Un grito desgarrador atrajo su atención. Una de las bestias había alcanzado la cima de la muralla, arrancando de un zarpazo la cabeza de un joven arquero.

La sangre salpicó a los defensores cercanos, quienes retrocedieron aterrados.

—¡No se detengan! ¡Mantengan la línea! —Farlen descendió de la plataforma, corriendo hacia la brecha que comenzaba a formarse.

Se enfrentó a la criatura con una lanza en la mano, esquivando por poco un golpe letal. Con un giro rápido, clavó la punta en el cuello de la bestia, pero esta apenas gruñó y lo lanzó al suelo de un manotazo.

—¡Levántate, Farlen! —gritó uno de los cazadores veteranos mientras intentaba cubrirlo.

Farlen rodó hacia un lado, esquivando las garras que destrozaron el suelo donde había estado un segundo antes. Se levantó, jadeante, y retrocedió hacia el muro interior.

El sonido de madera cediendo lo paralizó por un instante. Una sección de la muralla colapsó bajo el peso combinado de tres bestias, abriendo una brecha por la que comenzaron a pasar.

—¡A las barricadas internas! ¡Todos retrocedan! —gritó, desesperado.

Las flechas y lanzas llovían, pero eran ineficaces contra los monstruos que parecían inmunes al dolor. Una tras otra, las bestias penetraron las defensas, y los aldeanos comenzaron a caer.

Un anciano intentó proteger a un grupo de niños con una vieja hoz, pero fue destrozado antes de que pudiera alzar el arma.

Una mujer lanzó una lanza improvisada que se clavó en la mandíbula de una criatura, pero esta la mató de un zarpazo antes de arrancarla.

Farlen miraba todo, con los músculos ardiendo y la mente nublada por la impotencia.

—¡Farlen! ¡El portón! —gritó un cazador, señalando hacia la entrada principal.

Allí, dos bestias embestían el portón con una fuerza inhumana, mientras otras se unían al asalto. La madera comenzó a crujir y astillarse bajo la presión.

—¡Refuercen el portón! —ordenó, pero solo un par de aldeanos respondieron.

Un último golpe lo cambió todo. El portón cedió con un estruendo ensordecedor, y la horda se abalanzó hacia el interior del pueblo como un torrente oscuro y destructivo.

Farlen levantó su arco por última vez, disparando a la cabeza de la primera criatura que cruzó, pero era inútil.

El caos se desató. Las bestias arrancaban vidas con brutalidad despiadada. Los gritos de los aldeanos se mezclaban con los rugidos de las criaturas. Sangre y vísceras teñían las calles de Trevalia mientras Farlen intentaba, inútilmente, organizar un contraataque.

—No... no puede terminar así... —murmuró, apretando los puños mientras el mundo a su alrededor se desmoronaba.

Apenas tuvo tiempo de esquivar una garra que buscaba arrancarle la cabeza. Con un giro rápido, clavó una lanza rota en el cuello de una de las criaturas, pero el arma no logró atravesar la gruesa piel. La bestia lo golpeó con su pata musculosa, lanzándolo contra una pared cercana.

Al impactar la sangre brotó de su boca, pero aun así, volvió a levantarse tambaleándose

—¡No se rindan! ¡Luchen hasta el final! —gritó, aunque sus propias fuerzas empezaban a flaquear.

La escena era un infierno. Mujeres y hombres armados con herramientas improvisadas intentaban defenderse, pero cada movimiento era en vano. Las criaturas destrozaban todo a su paso, arrancando extremidades, partiendo cuerpos en dos.

Los pocos niños que habían logrado refugiarse en una de las casas comenzaron a gritar cuando una bestia derribó el techo con un solo golpe.

Farlen observó todo con horror. "¿Así acaba Trevalia?", pensó. "¿Así es como termina todo lo que hemos luchado por preservar?"

Con las fuerzas que le quedaban, se lanzó hacia una de las criaturas que perseguía a una mujer.

Su daga atravesó un ojo, y esta vez logró causar suficiente daño para que el monstruo retrocediera. Pero cuando se giró, otras dos bestias ya estaban sobre él.

El mundo parecía ralentizarse mientras Farlen caía al suelo. Una sombra colosal se cernía sobre él, y en el último instante antes del impacto, pensó en su padre, en su hermana, en todo lo que había perdido.

Y entonces, el caos continuó, mientras Trevalia caía.

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