Chapter 7:

Capítulo 7 - Refugio de Desesperación

Noventa y Nueve Mil Memorias (Spanish - Español)


Edran jadeaba, con el corazón desbocado, mientras corría hacia el almacén fortificado. Sus piernas delgadas, acostumbradas más a trepar árboles que a cargar sacos de grano, temblaban bajo el peso de Lina, quien lloraba aferrada a su cuello.

Su hermana pequeña, de apenas seis años, no soltaba el muñeco de trapo que había sido el último regalo de su madre.

Cuando alcanzó el interior del almacén, dejó a Lina en el suelo con cuidado y cerró el portón de madera reforzada, asegurándolo con la tranca más gruesa que pudo encontrar.

A su alrededor, niños, ancianos y un puñado de mujeres se reunían en silencio tenso, todos con el rostro pálido y marcado por el terror.

Los rugidos y gritos de la batalla llegaban como un eco distante, pero cercano, demasiado cercano.

Edran se apoyó contra la puerta por un momento, respirando con dificultad.

Observó el interior del almacén: paredes de piedra desnuda, barriles apilados y una única lámpara de aceite que proyectaba sombras temblorosas sobre los rostros aterrorizados. Los niños sollozaban en un rincón, abrazados unos a otros, mientras los ancianos murmuraban oraciones en voz baja.

Su mirada se posó en Lina, sentada sobre un saco de harina, con sus ojos grandes y brillantes fijos en él. Cuando sus miradas se encontraron, ella alzó el muñeco.

—¿Estaremos bien, Edran? —preguntó con una voz tan pequeña que apenas pudo oírla.

Su garganta se cerró. Tragó saliva, forzándose a sonreír.

—Claro que sí, Lina. Estoy aquí contigo.

Pero incluso mientras lo decía, sintió que la mentira lo desgarraba por dentro.

Se alejó del portón y se dejó caer junto a ella, envolviéndola en un abrazo. Lina se acurrucó contra su pecho, mientras él le acariciaba el cabello despeinado.

"No puedo llorar. No puedo dejar que me vea débil."

La voz de su padre resonó en su mente, áspera y acusadora: "Eres inútil, Edran. Ni siquiera puedes sostener un martillo como un hombre."

Sacudió la cabeza, como si pudiera deshacerse de esas palabras, pero el peso de ellas permanecía. Su madre siempre había sido su refugio, su mayor defensora. Pero desde que había muerto, la carga de ser fuerte había caído sobre él. Para Lina. Para todos.

—¿Crees que mamá nos está viendo desde el cielo? —susurró Lina, alzando la mirada hacia él.

Edran tragó saliva de nuevo.

—Sí. Estoy seguro de que sí. Ella... ella siempre nos está cuidando.

Lina asintió lentamente, pero su rostro seguía lleno de miedo.

Los sonidos del combate se intensificaron. Más cerca ahora. Gritos desgarradores, rugidos inhumanos, y el crujido inconfundible de madera siendo destrozada.

Un anciano junto a la pared comenzó a rezar más fuerte , en palabras temblorosas llenas de desesperación.

—Edran... —Lina agarró la tela de su camisa con fuerza—. ¿Vamos a morir?

Él la abrazó con más fuerza, cerrando los ojos. "No voy a dejar que te pase nada. Te lo prometo."

Pero las palabras no salieron de sus labios.

¡Bam!

Un fuerte golpe resonó contra el portón, haciendo que todos se sobresaltaran.

—¿Qué fue eso? —preguntó una de las mujeres con voz quebrada.

¡BAM!

Otro golpe. Esta vez más fuerte. La madera tembló y crujió.

—¡No puede ser! —exclamó un anciano, retrocediendo hacia el grupo.

Edran se levantó de un salto, con Lina aferrada a su pierna. Corrió hacia el portón y apoyó las manos en la tranca, pero un tercer golpe lo hizo retroceder.

¡BAM!

—¡Es una de esas cosas! —gritó una mujer, abrazando a su hijo con fuerza.

¡BAM!

Otro impacto, y una grieta se formó en el centro del portón.

Edran sintió un frío paralizante recorrerle la espalda. Su mirada se posó en Lina, que lo miraba con lágrimas desbordándose por sus mejillas.

—¡No dejes que entren, Edran! —gritó un niño.

Él apretó los dientes y se giró hacia la puerta, bloqueando con su cuerpo la vista de los demás.

"No soy fuerte. No soy un héroe. Pero... si tengo que morir para protegerla, lo haré."

¡BAM!

El siguiente golpe casi arrancó la tranca de su lugar. La grieta se expandió, dejando ver un ojo oscuro y brillante al otro lado, lleno de hambre y rabia.

—¡No... no puede ser el final! —murmuró entre dientes, con el terror apoderándose de su mente y cuerpo.

Un rugido resonó, y las tablas comenzaron a astillarse.

¡BAM!

El portón explotó en una lluvia de astillas y fragmentos de madera, el impacto lanzó a Edran violentamente hacia atrás. Su espalda chocó contra el suelo de piedra y el aire abandonó sus pulmones en un jadeo sofocado.

Un dolor punzante lo atravesó, y al abrir los ojos, vio un trozo de madera incrustado profundamente en su abdomen. La sangre manaba, caliente y pegajosa, empapando su camisa.

Frente a él, la bestia emergió entre los restos del portón, oscura, musculosa, con ojos brillantes llenos de una furia primitiva. Sus garras se extendieron mientras emitía un rugido gutural que reverberó en el almacén.

El caos se desató.

La criatura saltó hacia los aldeanos más cercanos, desgarrando carne y hueso con una brutalidad aterradora. Un anciano fue partido en dos de un solo zarpazo y su grito cortado abruptamente. Una madre que intentaba proteger a su hijo fue aplastada contra el suelo, mientras el niño gritaba antes de ser arrancado del mundo.

Sangre y vísceras teñían el suelo mientras los sobrevivientes corrían, gritaban y caían uno por uno.

Edran estaba paralizado con cada músculo de su cuerpo temblando. Pero entonces, una idea perforó el terror: Lina.

—¡Lina! —gritó, forzándose a levantarse.

El movimiento hizo que el trozo de madera en su abdomen se moviera, enviando una ola de dolor insoportable por todo su cuerpo. Soltó un grito ahogado, pero no podía detenerse. No podía permitirse el lujo de detenerse.

"Ella me necesita."

Apoyándose en las rodillas y luego tambaleándose sobre sus pies, buscó con la mirada a su hermana.

—¡Lina! —volvió a gritar, con su voz desgarrándose.

El almacén era un infierno. La criatura seguía atacando, arrancando extremidades, aplastando cráneos, mientras el eco de los gritos llenaba el aire. Edran apenas logró esquivar un zarpazo que pasó a milímetros de su rostro, sintiendo el aire cortante y caliente rozar su piel. Otro golpe rasgó su costado, pero apenas lo sintió.

—¡Lina!

Su mirada se posó en el suelo. Bajo un montón de cuerpos destrozados y desmembrados, vio algo que lo paralizó: el muñeco de trapo.

El tiempo pareció detenerse.

Corrió hacia el muñeco, apartando los cadáveres con manos temblorosas y ensangrentadas. Su respiración era un caos, jadeos entrecortados mientras tiraba de un brazo destrozado, de un torso despedazado.

Finalmente, la encontró.

Lina estaba allí, acurrucada entre los cuerpos, temblando como una hoja. Su rostro estaba cubierto de sangre, sus pequeños dedos se aferraban al muñeco con una fuerza casi sobrenatural. Una astilla enorme estaba clavada en el muñeco, perforando el algodón, pero Lina estaba intacta, en shock.

—Lina… —sollozó Edran, arrodillándose a su lado.

La tomó en sus brazos, sintiendo cómo su pequeño cuerpo temblaba.

—Todo estará bien… todo estará bien… —murmuró, aunque ni él mismo creía sus palabras.

Se levantó tambaleándose, con Lina aferrada a él, y comenzó a moverse hacia la salida trasera del almacén. Cada paso era un tormento, cada movimiento le costaba más sangre y más dolor, pero no importaba.

"Tengo que sacarla de aquí."

De pronto, el silencio cayó como un peso aplastante.

Edran se detuvo con el corazón latiéndole con fuerza. "¿Por qué… por qué ya no gritan?"

Tapó los ojos de Lina instintivamente, girándose para enfrentar la escena.

Todos estaban muertos.

El suelo estaba cubierto de sangre y restos mutilados. Los cuerpos de los ancianos, mujeres y niños formaban un paisaje macabro. La bestia estaba en el centro, bañada en sangre, con los ojos fijos en Edran y Lina.

El monstruo gruñó, y antes de que Edran pudiera reaccionar, se lanzó hacia ellos.

Edran gritó y abrazó a Lina con fuerza, cerrando los ojos, esperando el golpe fatal. Pero entonces, algo pasó.

Un impacto cortó el aire, algo atravesó el pequeño espacio entre la cabeza de Edran y la de Lina, tan rápido que apenas lo percibió. El proyectil golpeó a la bestia con una fuerza devastadora, lanzándola contra la pared de piedra del almacén. El impacto fue ensordecedor, levantando una nube de polvo grasiento y sangre.

Edran, temblando, se giró lentamente hacia el origen del ataque.

Un hombre estaba allí, de pie en la entrada del almacén.

Parecía apenas un par de años mayor que él, pero había algo en su presencia que lo hacía parecer inalcanzable.

Su rostro estaba manchado de sangre, sudor y ceniza, y su cabello húmedo caía en mechones desordenados sobre su frente. Contrastaba con su ropa, sorprendentemente limpia, como si estuviera fuera de lugar en aquel infierno.

—¿Q-qué… quién eres? —preguntó Edran con la voz rota y temblorosa, mientras sostenía a Lina con fuerza.

El hombre lo miró, con los ojos brillando con una intensidad que parecía atravesarlo. No dijo nada al principio, respirando profundamente, mientras su pecho subía y bajaba con un ritmo contenido.

Luego, con un tono grave, respondió:

—Alguien que no va a dejar que esto termine aquí.

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