Chapter 8:

Capítulo 8 - Un Extraño en la Pesadilla

Noventa y Nueve Mil Memorias (Spanish - Español)


El aire en el almacén estaba impregnado de un hedor metálico y ácido, mezcla de sangre, muerte y el polvo levantado por el impacto.

Edran jadeaba mientras el dolor en su abdomen comenzaba a intensificarse. Apenas se sostenía en pie, pero no soltaba a Lina, que permanecía inmóvil en sus brazos. Sus ojos seguían fijos en el extraño, aquel hombre que había irrumpido en su pesadilla para enfrentarse a la monstruosidad que había masacrado a todos.

Asteron miró brevemente a Edran y Lina, evaluándolos con la precisión de alguien acostumbrado a sobrevivir en circunstancias extremas. Su mirada se detuvo en la herida de Edran, y sin perder tiempo, avanzó hacia ellos.

Edran retrocedió un paso cuando Asteron se acercó, instintivamente cubriendo a Lina con su cuerpo. Su instinto gritaba que aquel hombre no era como los demás. Había algo extraño, algo peligroso en él.

—No te acerques más —advirtió Edran, aunque su voz traicionó su debilidad.

Asteron se detuvo, alzando las manos con un gesto calmado.

—No hay tiempo para esto. —Su voz era baja.

Sin esperar respuesta, metió la mano en lo que parecía ser el aire mismo, y cuando la sacó, sostenía un pequeño frasco de cristal con un líquido ámbar que brillaba tenuemente.

Edran lo miró con desconfianza, pero algo en su interior reaccionó al frasco. No sabía por qué, pero su cuerpo se tensó como si reconociera aquel objeto, como si su vida dependiera de él.

—¿Qué… qué es eso? —preguntó, sin ocultar su desconfianza.

—Tu única oportunidad. —Asteron extendió el frasco hacia él—. Bebe una sola gota. Solo una. Más que eso, y morirás.

Edran titubeó. No podía apartar la vista del líquido. Había algo hipnótico en él, algo que lo llamaba. Pero una duda se aferraba a su mente como un ancla.

—¿Por qué habría de confiar en ti?

Asteron no respondió de inmediato. En cambio, empujó el frasco hacia sus manos con un movimiento rápido, casi brusco. Fue entonces cuando Edran lo notó, el frasco no había salido del cinturón del forastero. Había aparecido en su mano como si lo hubiera materializado de la nada.

Jadeó, sorprendido.

—¿Eres un Adepto del Arcáne? —preguntó.

Asteron chasqueó la lengua, impaciente.

—No hagas preguntas inútiles. Solo bebe. Lo único que te mantiene de pie ahora es el shock. Cuando pase, vas a colapsar. Y entonces será demasiado tarde. Si no tomas esto, no vivirás lo suficiente para llevar a la niña a un lugar seguro.

Las palabras golpearon a Edran como una bofetada. Apretó los labios, sintiendo cómo sus fuerzas ya comenzaban a flaquear. El dolor en su abdomen era un recordatorio constante de que estaba perdiendo sangre. Miró a Lina, todavía temblando en sus brazos, y luego al frasco.

—Bebe antes de que pierdas la capacidad de hacerlo —insistió Asteron.

Con manos temblorosas, Edran desenroscó la tapa del frasco. Apenas inclinó el cristal y dejó caer una gota sobre su lengua.

El efecto fue inmediato: un calor abrasador se extendió por su cuerpo, como si sus venas se llenaran de fuego. La sensación era tan intensa que casi lo hizo caer de rodillas, pero al mismo tiempo, algo en su interior despertó. En cuestión de segundos, una oleada de vitalidad inundó su cuerpo y el dolor en su abdomen disminuyó lo suficiente como para permitirle moverse.

—Busca refugio —dijo Asteron con tono firme—. Estás en el límite. Y no me importa cómo lo hagas, pero no te quedes aquí.

Antes de que Edran pudiera responder, Asteron se inclinó hacia Lina y tocó su frente con dos dedos.

—¿Qué haces? ¡No la toques! —gritó Edran, con un pánico que le robó el aliento.

La niña se tensó por un instante y luego quedó completamente inconsciente.

—¡¿Qué le hiciste?” —gritó Edran, entre la furia y la preocupación.

Asteron lo ignoró al principio, caminando hacia el corazón del almacén. Mientras avanzaba, habló sin volverse.

—Ya ha visto suficiente horror por hoy. La libré de este infierno, aunque sea por unas horas. Hoy no es un día que ojos inocentes deban observar. Ahora cállate y vete.

Su tono estaba cargado de algo que Edran no pudo identificar, cansancio, quizá tristeza.

Miró a Lina, inmóvil pero respirando con regularidad. A pesar de su pánico, entendió que no estaba herida.

El humo comenzaba a disiparse, revelando la escena macabra que había quedado tras el ataque. Cuerpos mutilados, sangre bañando cada superficie, miembros esparcidos como si fueran juguetes rotos.

En el centro del horror, la criatura. Su cuerpo, enorme y oscuro, estaba clavado a la pared de piedra por un cuchillo extraño, cuya hoja parecía absorber la luz. Sangre espesa brotaba de su pecho, empapando su pelaje en charcos carmesí. Los ojos del monstruo brillaban con odio y desesperación, mientras sus garras intentaban inútilmente arrancar la hoja.

Asteron se detuvo a unos pasos de la criatura, observándola con una calma aterradora.

—Aún te queda energía para resistir —dijo en un tono casi desapasionado, mientras desenfundaba el otro cuchillo.

La criatura rugió y lanzó un zarpazo desesperado hacia él, pero Asteron se movió con la velocidad de un relámpago, cortando la garra de la bestia con un movimiento preciso. El monstruo soltó un grito desgarrador, que reverberó en las paredes del almacén, un sonido que heló la sangre de Edran, pero Asteron no mostró piedad.

Se inclinó hacia ella dejando su rostro a centímetros de la criatura. Y le murmuro:

—Esto es por todos ellos

—Lárgate de aquí, chico —prosiguió Asteron sin girarse, dirigiéndose a Edran—. Este lugar no es para ti ni para ella.

Edran tragó saliva y miró a la criatura, cuyos ojos brillantes y llenos de odio se clavaron en él por un instante.

—¿Qué… qué harás con ella? —preguntó con voz temblorosa, mirando a la criatura.

Asteron se giró levemente, apenas lo suficiente para que Edran viera su perfil.

—Lo que ella ha hecho con los tuyos. —Su voz era baja, pero cargada de un odio frío y despiadado.

Edran dudó, mirando al extraño y luego a la criatura. Un destello de rabia cruzó su rostro. Quería luchar, quería vengarse. Pero un rápido vistazo a Lina, débil e inconsciente en sus brazos, lo hizo tomar una decisión.

Asintió lentamente, sabiendo que no podía quedarse.

—Gracias… —murmuró, casi sin aliento, antes de tambalearse hacia la salida trasera.

Detrás de él, Asteron dio un paso más hacia la bestia, con el rostro iluminado por una sonrisa cruel.

—Has causado suficiente sufrimiento —murmuró, con el filo del segundo cuchillo brillando intensamente en su mano—. Ahora es tu turno de ser despedazada.

La bestia soltó un último gruñido, pero la furia en sus ojos se mezcló con algo que parecía miedo.

Edran no miró atrás. Todo lo que pudo escuchar mientras escapaba fue el sonido de un rugido ahogado y el eco metálico de un cuchillo rasgando carne.

Patreon iconPatreon icon