Chapter 10:

Capítulo 10 - Gastronomía del Sufrimiento

Fantasía.exe HA DEJADO DE FUNCIONAR (Español - Spanish)


La cafetería del colegio, conocida de manera oficial como "El Caldero Nutritivo" y de manera extraoficial como "El Crisol del Dolor", era donde los estudiantes consumían sus comidas diseñadas para favorecer el desarrollo de los jóvenes Adeptos del Arcáne.

Se decía que la comida estaba imbuida con micro dosis de Aether para fortalecer sus cuerpos y mentes.

Sin embargo, Aric no era un Adepto del Arcáne. Él no tenía un Corazón Etéreo, ni habilidades mágicas, ni siquiera el privilegio de comer lo mismo que el resto. Para los pocos mortales sin talento que trabajaban en el colegio, la comida era... "especial".

Frente a él, en una bandeja de metal descolorida, descansaba la obra maestra de la gastronomía para empleados comunes: "El Plato de la Resignación".

Consistía en un puré grisáceo de origen incierto, una rebanada de pan tan delgado que podía usarse como papel pergamino y una sopa transparente con un misterioso cubo flotante que probablemente había sido carne en algún momento de su trágica existencia.

Aric suspiró.

Sostener el cubierto requería un esfuerzo sobrehumano, y sus músculos protestaban por cada movimiento. Había sobrepasado su límite físico completando una serie de misiones secundarias absurdas a lo largo del día, como:

"Encuentra la roca con más personalidad del jardín." (La bautizó como Gregorio y le hizo un altar improvisado con hojas secas. El sistema le otorgó 10 PS.)

"Desafía a duelo a un caracol y piérdelo con dignidad." (Se mantuvo arrodillado durante tres minutos mientras el caracol avanzaba lentamente hacia él, hasta que finalmente cayó "derrotado". Los estudiantes castigados lo aplaudieron en silencio, con lágrimas en los ojos. +30 PS.)

"Haz que alguien cuestione toda su existencia en una sola frase." (Le dijo a un profesor: "Si el futuro ya está escrito, ¿por qué enseñamos historia?" El profesor dejó caer sus libros, miró el horizonte y no volvió a hablar en toda la tarde. +20 PS.)

Su cuerpo, acostumbrado a la rutina, se había visto colapsado por estos "grandes esfuerzos". Ahora su estómago rugía con la furia de mil demonios hambrientos, exigiendo que consumiera algo, lo que fuera.

Miró su bandeja.

Sabía que tenía que hacerlo. Sabía que si no comía, su cuerpo lo abandonaría como un empleado sin contrato en tiempos de recorte presupuestario.

Tomó la cuchara con decisión, la hundió en el puré grisáceo y la llevó a su boca.

El sabor lo golpeó como un hechizo prohibido.

Era... era... ¿Cómo describirlo? No era amargo, no era ácido, no era salado, ni dulce. Era un conjunto de notas discordantes en una sinfonía del sufrimiento. Como si alguien hubiera capturado la esencia de la desesperación, la hubiera deshidratado y luego reconstituido con agua de trapeador.

—Dios… —susurró, con un escalofrío recorriéndole la espalda.

[¡Advertencia! ¡El usuario está experimentando una crisis existencial culinaria! ¡Recomendamos reiniciar el sistema digestivo!]

El sistema, como siempre, era de gran ayuda.

No podía rendirse. Cerró los ojos, contuvo el aliento y tragó. Luego sintió cómo su vida intentaba escapar de su cuerpo por la tráquea. Tosió y agarró la rebanada de pan delgado para amortiguar el impacto.

El pan era aún peor. Era seco, quebradizo, y al masticarlo producía un sonido que solo podía describirse como "desmoronamiento de sueños".

Aric sintió cómo la esperanza se deslizaba de su ser como arena entre los dedos.

«Si esto sigue así, tendré que recurrir a la sopa», pensó con resignación, mirando aquel líquido transparente en el que flotaba un cubo de origen cuestionable.

Respiró hondo y tomó una cucharada.

Sabía... a traición.

Pero lo peor fue el misterioso cubo: al morderlo, su mandíbula encontró una resistencia inesperada, como si estuviera hecha de gelatina y granito al mismo tiempo.

—Tal vez si me concentro lo suficiente, podría convencer a mi cerebro de que esto sabe bien…

[O podrías rendirte y unirte a mi plan de destrucción del colegio. Es una opción.]

Con cada bocado, el universo perdía un poco más de su brillo. Y sin embargo, entre lágrima y lágrima, sonrió. Porque aunque el sufrimiento era real, también lo era su plan.

Gracias a las misiones estúpidas de su trampa activada, ya tenía suficientes PS para desbloquear la primera fase de su gran plan maestro.

Un plan que había nombrado con orgullo: "Estrategia de Liberación Total: Evasión Argumental 3000".

Sonrió con auténtica satisfacción. Mientras su lengua sufría, su corazón rebosaba esperanza.

Tal vez... sólo tal vez... algún día podría escapar de este escenario miserable y empezar a vivir su vida con dignidad.

Claro, después de sobrevivir la cena.

Aric ignoraba por completo que, en la distancia, alguien lo observaba con una mezcla de asombro y éxtasis religioso.

El encargado de la cocina para el personal sin Corazón Etéreo, conocido entre los empleados como "Don Tragedias", se estremeció en su puesto.

Viejo, tuerto y con solo tres dedos en la mano izquierda (nadie quería preguntar qué pasó con los otros), Don Tragedias llevaba décadas creyéndose un chef sin igual, un visionario culinario injustamente incomprendido.

Claro, su currículum era una obra maestra del engaño: había asegurado que estudió en la mítica Academia de Gastronomía Arcáne cuando en realidad había trabajado en un puesto de empanadas mágicamente cuestionables.

Pero los detalles eran irrelevantes, lo importante era la grandeza.

Y ahora, frente a sus ojos, la prueba irrefutable de su genio se desplegaba en todo su esplendor.

Un simple mortal, un insignificante humano sin talento ni poder, había probado su comida… ¡y había llorado de felicidad!

—Por fin… —susurró con voz temblorosa, sintiendo cómo las lágrimas nublaban su único ojo funcional—. Lo logré… ¡ABUELITA LUCRECIA! —exclamó mirando al techo como si esperara que el cielo le respondiera—. ¡TÍO EUTERIO! ¡Después de tantos años, después de tantas burlas, DESPUÉS DE PERDER MIS DEDOS EN EL NOBLE ARTE DE LA COCINA…! ¡LO LOGRÉ!

El eco de su grito resonó en la cocina, haciendo que los ayudantes se detuvieran incómodos.

—Jefe… otra vez hablando solo… —murmuró uno.

—¡Silencio, peón sin visión artística! —rugió Don Tragedias, con una lágrima resbalando por su mejilla arrugada—. Hoy es el día en que he trascendido. Hoy, mi cocina ha roto las barreras de lo humano. ¡HOY ME CONVIERTO EN DIOS!

Rió con la arrogancia de un emperador conquistando el mundo. Su risa era fuerte, llena de júbilo, de arrogancia pura. ¡Todos los que lo criticaron, todos los que lo llamaron "el hombre que asesinó la gastronomía", todos los que afirmaron que su comida era "una forma de violencia" tendrían que tragarse sus palabras!

—¡Mi comida ha llevado a un hombre a la iluminación! ¡Ha tocado el alma de un simple mortal y lo ha hecho llorar de emoción! ¡ABUELA, MIRA DESDE EL MÁS ALLÁ, TU NIETO ES UN DIOS!

Para celebrar su glorioso ascenso divino, decidió hacer lo que cualquier artista haría con su obra maestra: probarla él mismo.

Con la solemnidad de un sumo sacerdote, tomó una cuchara de las gachas y la elevó como si fuera un cáliz sagrado.

Sus ayudantes lo miraron con horror.

—Jefe… tal vez no debería…

—¡Silencio, blasfemos! —espetó—. Este es el momento en que pruebo la grandeza.

Con total seguridad, llevó la cuchara a su boca.

Un solo bocado.

El efecto fue inmediato.

Sus pupilas se dilataron. Su piel se tornó pálida. Su cuerpo convulsionó como si su alma intentara escapar de la carnicería sensorial que acababa de experimentar.

—Gghrrkk…

Con un sonido gutural que parecía el último aliento de un héroe trágico, Don Tragedias se llevó las manos al cuello. Intentó escupir, pero su garganta, al parecer, había entrado en estado de pánico absoluto y se negó a funcionar.

Cayó de rodillas. Buscó desesperadamente algo, cualquier cosa que lo salvara de su propia creación. Pero era tarde. Había ingerido la esencia pura del sufrimiento culinario.

Sus ayudantes lo miraban en completo silencio.

Un segundo después, Don Tragedias colapsó en el suelo con los ojos en blanco.

—Confirmado. El chef ha sido derrotado por su propia cocina. —murmuró uno de los asistentes.

—Siempre supe que esto pasaría. —agregó otro con un suspiro.

—Al menos murió como vivió: envenenando gente.

Así, en el suelo de la cocina, terminó el breve reinado divino de Don Tragedias.

Nadie se atrevió a tocar su cuerpo. No por respeto, sino porque había caído junto a la olla de gachas y nadie quería arriesgarse a un contacto accidental.

Mientras tanto, en el comedor, Aric seguía luchando por su vida, completamente ajeno al hecho de que había cometido un asesinato involuntario.

En su bandeja, la sopa aún lo miraba fijamente.

—Si esto sigue así, de verdad voy a necesitar un milagro…

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