Chapter 11:
Fantasía.exe HA DEJADO DE FUNCIONAR (Español - Spanish)
Entre las filas de empleados sin Corazón Etéreo, condenados a realizar las labores más triviales del colegio, destacaba un hombrecillo de mirada apagada y manos callosas. Su nombre no importaba, porque todos lo llamaban "El Desdichado".
Su existencia era una sucesión interminable de trabajos que nadie quería hacer, como limpiar los establos de las bestias de monta, desempolvar los retratos de directores muertos y, el peor de todos, servir la comida de Don Tragedias.
Pero aquel día, su rutina fue interrumpida por una petición inesperada.
—¡¿Quieres ayudarme a limpiar la biblioteca?! —exclamó el Desdichado, mirándolo como si acabara de pedirle matrimonio.
Observó a Aric de pies a cabeza. Se sostenía el estómago, su rostro estaba pálido como si la muerte misma lo estuviera seduciendo. y había un brillo incierto en sus ojos.
Por un momento, se preguntó si era el efecto del veneno de Don Tragedias.
—Tal vez… su comida ha evolucionado —murmuró en voz baja, con un escalofrío recorriéndole la espalda
Era la única explicación. La comida de Don Tragedias ya no solo destruía el estómago, ahora también consumía la mente.
Al fin y al cabo, Aric era la única alma desdichada que seguía comiendo allí. Todos los demás empleados traían su propia comida desde casa. Pero él, no. Él había sido el único en sobrevivir año tras año a esos platillos.
Hasta ahora.
—¿Estás... seguro de eso?— preguntó con cuidado.
Aric tragó en seco, conteniendo una arcada.
—Claro, hoy me siento con mucho ánimo y energía. ¿Y qué mejor forma de aprovecharlo que ayudando a un compañero en sus labores? ¡Voy a limpiar la biblioteca!
El Desdichado repitió sus palabras en un susurro, con la voz temblorosa por la emoción.
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Ante él, no estaba un simple mortal… No. ¡Era un ángel puro! ¡Un ser celestial que descendió para iluminar este mundo cruel con su nobleza desinteresada!
—Tú… eres demasiado bueno para este mundo… —balbuceó, mirándolo como si contemplara una deidad, con las manos temblorosas sobre su pecho—. No soy digno ni de mirarte…
—¿Eh?
Aric lo miró en silencio. Luego miró a su alrededor. Luego miró otra vez al hombre que lo miraba como si le hubieran aparecido alas y un halo brillante.
«Este tipo está bien raro… » pensó, ladeando la cabeza «Aunque pensándolo bien, en este colegio nadie parece normal. Soy el único cuerdo aquí.»
[No seas ridículo.]
—¿Perdón? —susurró Aric, frunciendo el ceño.
[En las últimas horas has sentado una silla sobre otra silla, has desafiado a un caracol a un duelo de honor, has caminado de espaldas por todo un pasillo sin razón aparente y has contado todos tus parpadeos en voz alta. Podría seguir…]
Aric se cruzó de brazos, molesto.
—Eso no prueba nada…
[¡Eso prueba todo! No hay nadie más raro y anormal en este colegio que tú.]
—Mentira, mira a este tipo. —Señaló discretamente al empleado, que ahora estaba en una posición de adoración absoluta, como si estuviera ante la encarnación de un santo.
El sistema suspiró.
[Te lo advierto, la gente ya está comentando sobre tu comportamiento. ¡Es vergonzoso que un sistema de mi prestigio esté atado a alguien como tú!]
Aric ignoró la queja del sistema y volvió a centrarse en el Desdichado.
—Entonces, ¿Puedo ayudar con la limpieza de la biblioteca?
El Desdichado dudó. Miró a su alrededor y luego bajó la voz, como si fuera a revelar un secreto prohibido.
—Bueno… no quiero buscarme problemas con… con él. —Su mirada se volvió esquiva y temerosa.
—¿Con quién? —preguntó Aric.
El Desdichado tragó saliva y susurró un nombre.
—El anciano mayordomo… Don Baldomero Tiranicus III.
Justo en ese instante, una voz severa y añeja se escuchó detrás de ellos.
—Vaya, parece que las tareas que te he asignado no son suficientes para ti, Aric. ¿Acaso buscas más trabajo?
Aric y el Desdichado se tensaron como si acabaran de escuchar el llamado de la muerte.
El Desdichado en particular, experimentó un pánico absoluto, mirando a su alrededor con incredulidad.
—¿P-pero cómo…? ¡Si había verificado que no hubiera nadie antes de hablar! ¡¿De… dónde demonios ha salido este viejo?! —tartamudeó, con la cara desencajada.
Aric, por otro lado, sintió un mal presentimiento.
Se giró lentamente con su mejor sonrisa profesional, la misma que había perfeccionado tras años de adulación forzada a jefes ineptos en su vida pasada.
Frente a él, encorvado y vestido con un traje de mayordomo que gritaba “tirano” en cada costura, se encontraba el anciano que todos temían. Ojos agudos, expresión pétrea, presencia intimidante. Se veía como el tipo de persona que en su tiempo libre afilaba cuchillos solo para mantenerlos en perfecto estado, por si acaso.
Así que Aric hizo lo único que sabía hacer bien en situaciones laborales peligrosas: desplegar su legendario arte de adulación extrema.
—¡Pero qué honor más grande encontrarme con usted, distinguido y honorable Mayordomo Don Baldomero Tiranicus III! —dijo con exagerado respeto.
El Desdichado contuvo un jadeo. El sistema, que había decidido limitarse a observar, sintió una mezcla de asombro y vergüenza ajena.
—Verá, este colegio es como un hogar para mí. Y un hogar debe mantenerse con la dignidad que merece. Quienes trabajan aquí son como una familia, y la piedad filial dicta que debemos cuidar de nuestra familia. Es mi más profundo deseo contribuir al esplendor de este lugar, asegurando que la biblioteca esté en las mejores condiciones posibles bajo su ilustre supervisión. —Aric finalizó su discurso con una reverencia digna de un cortesano adulador.
El Desdichado quedó boquiabierto —. Esto… esto es un nivel de descaro jamás visto. ¿Qué clase de técnica es esta?
El sistema no pudo evitar comentar:
[Esto es… sorprendente. ¿No tienes ni un poco orgullo?]
Pero Aric hizo oídos sordos.
El anciano mayordomo, sin embargo, no mostró ni una pizca de emoción. Ni una ceja alzada, ni un suspiro, nada.
«Maldición... ¡Este viejo es más fuerte de lo que pensé!»
El anciano mayordomo posó su mirada severa en el Desdichado.
El pobre hombre se tensó de inmediato, sintiendo cómo el juicio divino caía sobre él.
—B-B-Buenas t-tardes, honor-honorable Mayordomo Don B-Baldomero Tiranicus II... Qué... qué privilegio más grande...
La presión era demasiada. Las palabras se le enredaron en la lengua y, sin darse cuenta, cometió un error fatal: lo llamó “Don Tiranicus II” en vez de “III”.
El silencio cayó como un lápida sobre el ambiente. El Desdichado abrió los ojos desmesuradamente, dándose cuenta de su error.
El miedo lo invadió por completo, sintió el mundo derrumbarse a su alrededor. Jadeó como si hubiera cometido una ofensa imperdonable contra un emperador despiadado. Su mente entró en pánico absoluto, su visión se volvió borrosa, su pecho se oprimía y, con un último suspiro ahogado, cayó redondo al suelo, desmayado.
Aric lo observó con los ojos muy abiertos.
Lo pateó suavemente con la punta del zapato.
No hubo reacción.
«Este tipo es demasiado intenso...»
El sistema soltó un suspiro cansado en su mente.
[Se ha autodestruido...]
Pero el viejo mayordomo no le dedicó ni una mirada. Simplemente lo dejó ahí, tirado, inconsciente. Como si su existencia ya no tuviera relevancia alguna en el flujo de la vida.
Su atención ahora estaba completamente en Aric.
El viejo dio un paso adelante.
Aric tragó saliva.
Otro paso.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Otro paso.
Era como ver a la parca acercándose con lentitud calculada, disfrutando del terror de su víctima.
Finalmente, Don Baldomero Tiranicus III se detuvo a pocos pasos de él. Y entonces, con una transición tan abrupta como ridícula, su expresión cambió.
—Oh, muchacho... —murmuró con fingida emoción, colocando una mano sobre su propio pecho—. Tus palabras... han tocado mi anciano corazón...
Aric tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no escupirle en la cara.
«¿Qué clase de actuación de tercera es esta?»
El sistema estaba igual de indignado.
[¡Qué desastre de actuación! ¡Esto es un insulto para cualquiera con un mínimo de criterio dramático!]
El anciano continuó, sin percatarse (o sin importarle) lo evidente que era su falsedad.
—He vivido muchos años... He visto generaciones de estudiantes y empleados venir y marcharse... Pero nunca... nunca en mi vasta experiencia había oído palabras tan conmovedoras...
Aric lo miraba con el alma seca.
«¿Cómo demonios alguien con estas pésimas habilidades de actuación logró ascender en la despiadada jungla laboral? ¿A qué clase de ritual oscuro recurrió?»
—Tienes razón, muchacho. Un anciano como yo... —continuó el mayordomo con dramatismo exagerado— no debería cortar las alas de un joven tan entusiasta y devoto de esta gran y feliz familia...
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