Chapter 5:

CAPITULO 1 PARTE 3

Cronicas de Rigel


Pasillos de color blanco, pisos algo grises. Mizuki avanzaba algo alegre por los pasillos, tomando la mano de Shiro; él simplemente la seguía. Entre los pasillos había gente con batas parecidas a las de Mizuki, solo que a Mizuki la suya le quedaba algo grande.

Mizuki llevó a Shiro a una puerta entre muchas. Acercó su ojo a una parte diferente en la pared, que parecía simplemente una forma de abrir la puerta. Shiro no le prestó mucha atención. La puerta se abrió y Mizuki pasó, viendo de reojo hacia atrás, esperando a Shiro.

Shiro soltó un suspiro y avanzó. Al entrar, la puerta se cerró instantáneamente. Mizuki se acercó a una de las cuantas mesas de la habitación, que parecía ser de ella. Se veía como un lugar de trabajo sencillo, o algo así. Frente a la mesa, Mizuki inspeccionó un momento un papel que estaba en ella y lo dejó.

—¿Quieres hablar, Shiro? —dijo Mizuki.

—¿Hablar de qué…? —respondió Shiro, levemente inseguro, recordando que no sabía en qué situación se encontraba.

Mizuki se sentó en una silla frente a un escritorio al fondo de la habitación. Shiro caminó y se sentó en la silla frente a ella. Mizuki tomó un lápiz de su escritorio y empezó a jugar con él en sus manos.

—Tenemos problemas, Shiro. Literalmente no tienes alma.

—¿No tengo alma? —respondió Shiro, algo pensativo.

—Pues sí, eso mismo, lo cual nos abre muchas posibilidades —decía Mizuki mientras sonreía levemente.

—Si tuviera que hablar por mi puesto, normalmente ya estarías en una cápsula y estaría viendo la forma de devolverte tu alma y seguir con el procedimiento aburrido —dijo Mizuki. Shiro movió un poco su cuerpo hacia adelante.

—¿Qué procedimiento…? —preguntó Shiro.

—Eso no importa. Solo que… tengo dos razones para no hacerlo. La primera es que alguien que espero no venga en cualquier momento, le debo un favor hace tiempo. La segunda, en estos momentos, eres una máquina de éter.

—¿Éter? —respondió Shiro, algo pensativo.

Mizuki suspiró, recordando que Shiro lo básico, o sencillamente, no sabe nada.

—Imagina que tu alma es portadora de una carta. Esa carta es como un poder.

Mizuki elevó la palma de su mano; una carta totalmente negra, con un fuego amarillo emanando de los bordes, flotó en ella. Mizuki la movió torpemente hasta que, como si fuera un truco de magia, se convirtió en tres cartas iguales.

—De esta forma se sobrevive aquí, Shiro —dijo Mizuki. Shiro escuchó todo atentamente, intentando entender lo que su cerebro procesaba.

—Entonces… ¿cada alma tiene una carta diferente? —dijo Shiro, tratando de mantenerse calmado.

—Sí, Shiro, pero… tú no tienes alma. Siguiendo la lógica de esto, normalmente diría que no tienes carta ni alma. Pero si el lugar de tu alma está vacío, como un vórtice negro… —Mizuki tomó unos cuantos papeles en su escritorio y los leyó rápidamente.

—Entonces eso significaría que el éter no se consumiría —dijo Mizuki.

—Entonces… ¿qué es el éter? —preguntó Shiro.

—Ah, sí… el éter es como la forma de usar la carta. Dependiendo de la práctica, el éter debería aguantar más el uso de la carta. Por ejemplo…

Mizuki lanzó al aire las tres cartas que sostenía en su mano izquierda. Antes de caer, flotaron.

—En estos momentos, solo por movimientos ridículos, gasto éter, aunque sea en cantidades insignificantes. Un ejemplo más ofensivo podría ser…

Las cartas, con llamas amarillas en los bordes, empezaron a girar entre sí rápidamente. De un momento a otro, una flecha etérea morada salió disparada de entre ellas, apareciendo de la nada. Pasó al lado de Shiro, quien casi se cae de la silla ante ello.

—Eso gasta éter en mi alma, por ejemplo. Pero si compartiera tu alma con mi carta, ni siquiera pensaría en ese gasto… —dijo Mizuki.

Shiro respiró hondo y, tras calmarse, habló:

—Entonces… ¿qué te detiene?

—Te seré sincera, Shiro. Desde aquí escucho el ruido de afuera, ¿eres sordo?

—E-eh…? —dijo Shiro, algo confundido. Volteó a ver atrás, y de repente la puerta se abrió violentamente.

—¡Hey! No te di permiso de entrar todavía… —dijo Mizuki, levantándose de la silla.

Shiro volteó a ver la puerta abierta.

En ella… lo más hipnotizante de su rostro eran sus ojos, dos orbes de azul cristalino que reflejaban tanto la profundidad del océano como el frío de un amanecer invernal. Sus labios, de un color tenue entre rosa pálido y beige. Su pelo azul oscuro y su vestimenta hablaban de un tiempo olvidado: un vestido largo de corte antiguo que envolvía su figura, hecho de un tejido negro que absorbía la luz como un abismo, con detalles bordados en azul eléctrico que serpenteaban a lo largo de la tela. El escote era alto y cerrado, dejando apenas al descubierto su cuello delgado, pero en el centro de su pecho reposa un broche en forma de rosa azul, un detalle hermoso, pero que parecía fuera de lugar. Guantes blancos cubrían sus manos, impecables pero ligeramente desgastados en los bordes. Sus botas, de cuero negro.

Ella estaba en la puerta, soltando una leve risa calmada.

—¡¿Eres tú?! —dijo algo impaciente, pero emocionada.

—…Espero que se lleven bien —dijo Mizuki en voz baja para sí misma.

La mujer parecía no importarle. Parecía de la edad de Shiro… ¿mayor? Tal vez. Caminó hacia donde Shiro estaba sentado, pero antes de que él se moviera, la mujer lo tomó de los hombros. Subió uno de sus pies entre los muslos de Shiro; aun con una risa, ella habló con una mirada radiante a pesar de su apariencia.

—¡Eres tú, por fin!? —dijo ella, sin soltar los hombros de Shiro.

—Oye, atrevida, ¡no te llamé…! —dijo Mizuki, aunque ya rindiéndose ante la chica, quien rio y acercó un poco más su cara a la de Shiro.

—Me llamo Kaede, ¡un gusto!

Y así, el contacto visual se mantuvo.

Chaos
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