Redemption and Flames

El coloso se tambaleó, sus cadenas de sombra crujieron como si estuvieran a punto de mameluco. La figura de Kiseki permaneció en medio del monstruo, con la mirada fija en Aria. Ya no era el odio absoluto de antes; Había grietas, dudas que se abrirían paso como la luz en la oscuridad.
Aria extendió la mano, con lágrimas corriendo por sus mejillas. —Kiseki… mírame. No eres mi enemigo. No eres solo la sombra que dicen que eres. Eres parte de mí. Y nunca me rendiré contigo.
La colosal figura rugió, pero el rugido se quebró a mitad de camino, convirtiéndose en un sollozo que estremeció el cielo. Kiseki se llevó las manos a la cara, como si no pudiera soportar la reflexión que Aria le ofrecía.
—No... —susurró, con la voz quebrada—. Yo... solo conozco la oscuridad. El dolor. El rechazo.
—Yo también —respondió Aria, dando un paso al frente, aunque el calor de las llamas la quemaba—. He sentido miedo, soledad, el peso de no ser suficiente. Pero nunca estuve sola. Kaoru me abrazó... y yo quiero abrazarte a ti.

El eco dentro de mí se agitó furioso. "¡Basta! ¡No dejes que el vínculo florezca! Ella debe caer, Kaoru. Y tú también, si es necesario. Solo en la aniquilación reside el verdadero poder."
Ignoré su rugido, agarrando la lanza con fuerza. —No… esta vez, no controlarás el destino.
Di un paso al frente con Aria, alzando la lanza que aún brillaba con el poder del ritual. —Kiseki, escucha. No somos tus enemigos. Yo mismo juré vengarme de quienes jugaron con nosotros, del dios que nos sumió en esta pesadilla. Pero tú no eres él.
Los ojos de Kiseki se clavaron en los míos. Había rabia, sí, pero también un atisbo de algo más: esperanza, frágil pero real.

Los devotos del caos aullaron desde las ruinas, atacando de nuevo la barrera. Rei, Lysbeth y Nara los frenaron con gritos de guerra, luchando como si cada segundo ganado fuera oro puro.
—¡Kaoru, termina esto ya! —rugió Rei, decapitando a un enemigo—. ¡No aguantaremos mucho más!
Serion mantuvo el cántico del círculo, con el sudor corriéndole por la cara. —El ritual desestabiliza. Si no te decides pronto, lo perderemos todo.
—¡No te apresures! —gritó Nara, lanzando una llama que incineró a un grupo de sombras—. ¡Esto no es un trabajo de copiar y pegar! ¡Están en juego sus almas!

Aria se giró hacia mí con ojos suplicantes. —Kaoru, si entro al círculo con Kiseki… ¿qué pasará?
Serion murmuró entre dientes. —O se fusionan por completo... o se separan. Pero si se fusionan, quien quede podría no ser ni Aria ni Kiseki.
Aria apretó los puños. —Prefiero arriesgarme a perderme que ver a mi hermana consumida por el odio.
—¡Aria, no! —grité, agarrándola del brazo—. No puedes arriesgarte así.
Me miró con una mirada que siempre me desarmaba. —Kaoru, confía en mí. ¿No prometiste no dejarme caer jamás?
Asentí, aunque me dolía el corazón. —Entonces entraré contigo. Si caes... caeremos juntos.

El eco rugió, sus cadenas golpeando mi interior como un trueno. "¡Locura! ¡Los destruirás a los tres! Entonces me levantaré de tus restos. Sí... quizás ese sea el verdadero camino".
The ground cracked beneath our feet. The circle blazed with blinding intensity, and Kiseki was drawn toward us by threads of light and shadow. Her human figure appeared at the center, wrapped in black chains resisting the ritual’s light.
—“Aria!” she shouted, as if her words were being ripped out. —“Do not touch me! If you do… you’ll drag me down with you!”
Aria ignored the warning and ran to her, embracing her tightly. —“I’d rather sink with you than live separated.”
The contact triggered an explosion of energy. The barrier shattered into a thousand fragments, and for an instant, the entire world seemed to vanish.

I found myself in an infinite white space, with only Aria and Kiseki facing each other. One radiated golden light, the other burned with black shadows. Yet their faces were identical, like broken mirrors.
I stood between them, spear in hand. The echo hovered, adopting a faceless dark form, laughing with a booming voice.
“So this is the fate: one must die for the other to exist. Who will it be, Kaoru? Who will you save?”
Aria looked at me, tears in her eyes. —“Kaoru…”
Kiseki also looked at me, trembling. —“If you choose me, she disappears. If you choose her, I vanish.”
The echo screamed in delight. “Choose! Sacrifice is inevitable!”

I gritted my teeth, feeling the pressure from both. My heart wanted to scream, but I remembered everything we had lived: Aria’s laughter under the stars, Kiseki’s fury and sorrow, the weight of promises, the hope of a future.
I took a deep breath and shouted: —“I will not choose! I refuse to play the gods’ game!”
The echo roared in fury. “Fool! That does not exist! The world survives only through sacrifice!”
I thrust the spear into the white ground, releasing a wave of energy. —“Then I will create a new path. One where both exist.”

Light and shadow intertwined, enveloping Aria and Kiseki. Their bodies shimmered, merging and separating simultaneously. Aria screamed, Kiseki wept, and I felt the weight of the world tearing at my hands.
The echo tried to break through, lunging at them. —“Mine! Both are mine!”
I stepped in, raising the spear. —“No!”
The clash was brutal. The shadow attempted to devour me, but the spear burned with a force that was not solely mine: it was that of all who stood with me — Aria, Kiseki, my friends resisting outside, every promise made under the stars.
—“You will not decide our fate,” I said, pushing the shadow back. —“We will.”
The echo screamed, its form shattering until it vanished in an explosion of darkness.

The white faded, and we fell back onto the battlefield. The shadow colossus had disappeared. In its place, amid the smoking ruins, Aria and Kiseki knelt, breathing heavily, but alive.
The soldiers stared, stunned. Rei let his sword drop, incredulous. —“Did… you do it?”
Nara ran her hand through her scorched hair. —“I don’t know, but if we’re alive, I guess yes.”
Serion fell to his knees, exhausted. —“You defied the impossible.”

Corrí hacia ellas y las ayudé a levantarse. Aria me abrazó fuerte, temblando, y Kiseki nos miró con lágrimas en los ojos.
—“Yo… sigo aquí…” susurró, rota. —“¿Cómo…?”
Aria le tomó la mano. —Porque nunca estuviste sola.
El aire aún olía a humo y sangre, pero en medio de la devastación, brilló un rayo de esperanza. Kiseki, por primera vez, no era un monstruo ni un enemigo: era una hermana.
El eco se había desvanecido, aunque en lo más profundo de mí sentí un leve susurro, un recordatorio de que la batalla no había terminado del todo.
Pero al ver a Aria y Kiseki juntos, supe que habíamos ganado algo más valioso que una guerra.
Habíamos ganado la posibilidad de un futuro.